viernes, 24 de agosto de 2012

FINAL DEL CARTEL DE CALI, CAMBIOS DE PODER


El fin del Cartel de Cali fue el inicio de otras redes de narcos
 La captura de Gilberto Rodríguez se presentó en junio de 1995, también en Cali. Nueve años después fue extraditado. Archivo I El País
La condena a 30 años de cárcel a los hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez fue la estocada final que acabó con la agrupación, que en la década de los 90 fue acusada de enviar el 80% de la coca que llegaba a Norteamérica. Los narcos del Norte del Valle asumieron su poder.
El Cartel de Cali murió. La estocada final que lo aniquiló fue la condena a 30 años de cárcel de sus máximos líderes y fundadores: Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela.
Los hermanos Rodríguez escribieron en las últimas tres décadas la historia de uno de los carteles de la droga más temidos, no sólo por su aparato armado sino por el poder económico y político que tuvieron.
Con la condena de los Rodríguez ¿qué quedó de esta agrupación? Es una respuesta que tiene diferentes lecturas.
Las autoridades estadounidenses y colombianas aseguran con vehemencia que el Cartel de Cali quedó exterminado. Sus máximos líderes están muertos, tras las rejas o negociaron con el Gobierno norteamericano. Sólo uno de ellos, Juan Carlos Ramírez, sigue siendo un capo de la droga. (ver recuadro y nota anexa)
Las personas que ocupaban los segundos y terceros lugares se dividieron en pequeños grupos, se asociaron con otros narcos o fueron asesinadas.
¿Cómo era?. Gilberto Rodríguez, máxima cabeza del Cartel de Cali, manejó esta agrupación como una empresa. Ese hecho dificultó a las autoridades su persecución.
Eran cuatro los máximos líderes: los hermanos Rodríguez Orejuela, José Santacruz y 'Pacho' Herrera. Pero debajo de ellos estaba toda la estructura del cultivo, procesamiento y tráfico de coca. Cada uno de estos frentes eran tratados como empresas independientes, pero que dependían de los jefes para su coordinación.
Sumado a esto estaban los pequeños carteles que sobrevivían amparados en los Rodríguez. Debían acoger las órdenes de ellos y por cada embarque 'coronado' pagarles un porcentaje, ya que eran los capos, los dueños de las rutas.
Eran empresas tipo 'Holding', cada una de ellas especialista en su rama. Pero la jerarquía de los Rodríguez era respetada por todos los miembros de la organización.

“Los Rodríguez eran una especie de padrinos, daban el aval, ya que tenían las rutas y los contactos con México y Estados Unidos”, aseguró un oficial que trabajó en el Bloque de Búsqueda de la Policía.
Entre 1995 y 1996 los principales capos de este grupo se entregaron. Años después dos de ellos, José Santacruz y 'Pacho Herrera', murieron.
En ese momento, el lugar que ocupaba el Cartel de Cali en el mundo del tráfico de las drogas fue asumido por el Cartel del Norte del Valle.
El Gobierno de Estados Unidos aseguró que en 1995 el Cartel de Cali originaba el 80% de la cocaína enviada a ese país. Años después esa cifra correspondía al mercado ilegal que dependía de los del Norte del Valle.
“Pasaron de ser los segundones, que en algunas ocasiones hacían trabajos para los de Cali, a ser los nuevos capos”, precisó una fuente de inteligencia.
En ese momento muchos de los antiguos mandos medios y bajos crearon alianzas con narcos como Orlando Henao Montoya e Iván Urdinola. Aunque éstos murieron en prisión, su imperio fue heredado por Wílber Varela, alias 'Jabón', y Diego Montoya, alias 'Don Diego'.
Muchos de los lugartenientes del Cartel de Cali pasaron a engrosar las filas de este nuevo grupo. Nombres como los de Carlos José Robayo, aías 'Guacamayo', e incluso el del mismo Víctor Patiño Fomeque, alias 'El Químico', integraron esa lista.
Patiño se convirtió en el transportista de Varela, lo que generó que el hermano de 'Pacho' Herrera atentara contra 'El Químico', en la cárcel de Villahermosa, en Cali.
Pero el poder del Cartel de Cali también fue menguado por las capturas de otros de sus integrantes y la muerte de algunas de las personas que trabajaron para los Rodríguez.
Fue el caso del capitán (r) del Ejército Jorge Eduardo Rojas Cruz, alias 'K6', uno de los hombres del brazo armado de la agrupación y encargado de sacar la droga por Bahía Solano. 'K6' desapareció en 1995 y se presume que fue asesinado.
Otros miembros del Cartel de Cali, como Julián Murcillo, Phanor Arizabaleta y Geovanny Caicedo pagaron su condena o negociaron con Estados Unidos y salieron libres.
Fuentes de los organismos de inteligencia reconocen que otros de los integrantes de esta agrupación evadieron la justicia y todavía no tienen orden de captura, aunque empezaron a enviar droga de forma independiente o trabajan para Montoya y Varela.

Los que quedaron. En diciembre del 2003, Estados Unidos solicitó en extradición a Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela. A la lista se sumaban otras nueve personas, entre ellas William Rodríguez.
Los presuntos socios de los Rodríguez eran Luis Eduardo Cuartas Soriano, Guillermo Restrepo Lara, Heriberto Patiño Ríos, Luis Ocampo Fómeque, Germán Navarro, Daniel Serrano, Harold Vélez y Luis Evelio Restrepo.
Aunque de esta lista, sólo Ocampo (medio hermano de Víctor Patiño) y Heriberto Patiño son considerados por los organismos judiciales colombianos piezas claves del negocio de la droga, los otros solicitados debían afrontar cargos por ayudar a los Rodríguez a lavar su dinero y evadir a las autoridades.
Aún la mitad de ellos están prófugos, los otros fueron extraditados a Estados Unidos, donde están sus antiguos jefes.
Tras años de persecución, el Cartel de Cali ha llegado a su fin. Pero no el negocio ilegal que impulsó, porque al morir, otras organizaciones se fortalecieron.
Tres datos claves
El último de los narcos del Cartel de Cali en ser detenido fue Joaquín Mario Valencia, 'El Caballista', quien fue arrestado en febrero del 2003 y extraditado un año después.
En una Corte de Tampa lo procesan por narcotráfico y lavado de activos. A las autoridades les costó muchos años comprobar sus vínculos con estos delitos.
El testimonio de Pedro Navarrete es la prueba reina que tiene la Fiscalía contra Valencia, a quien consideran como uno de los mayores transportistas de droga.
La ‘cúpula’ del Cartel de Cali
Gilberto Rodríguez Orejuela. Es apodado como 'El Ajedrecista', debido a la forma estratégica con la que manejó por años el Cartel de Cali. En 1995 fue detenido y luego de nueve años fue extraditado. El 3 de diciembre del 2004 fue llevado a Miami.
Miguel Rodríguez Orejuela. Fue el segundo hombre del cartel. Las autoridades aseguran que su hijo William Rodríguez heredó todo su poder en el mundo del narcotráfico. Estados Unidos también lo solicitó en extradición.
José Santacruz Londoño. Era considerado el hombre más temido en el Cartel de Cali. Fue el jefe del ala más violenta de esta agrupación. Según fuentes de inteligencia, este hombre era el tercero en jerarquía después de los Rodríguez. Se entregó a las autoridades y luego se fugó. Fue dado de baja en 1996 en un enfrentamiento con la Policía.

Elmer 'Pacho' Herrera. El 2 de septiembre de 1996 se entregó a las autoridades en una iglesia de Yumbo, pero dos años después fue asesinado en la cárcel de Palmira, por orden de Orlando Henao, lo que desató una guerra entre los dos clanes. Controlaba las bandas sicariales del Cartel de Cali y creó un emporio de construcción.
Víctor Patiño Fomeque. Conocido como 'El Químico', se convirtió en el principal transportista de droga. Su poder se centraba en Buenaventura, por donde sacaba la coca. Primero trabajó con el Cartel de Cali y luego se pasó al del Norte del Valle. Se entregó en 1995 y en el 2002 salió libre. Pero tiempo después fue recapturado y extraditado a Estados Unidos, donde negoció con la justicia.
Phanor Arizabaleta Arzayús. Se entregó a las autoridades en julio de 1995 y fue condenado a 28 años de cárcel por secuestro. En dos oportunidades le dieron la casa por cárcel, pero violó ese beneficio. Sin embargo, debido a una enfermedad del corazón fue llevado a una clínica. El 4 de mayo de 2004 un juez de Ejecución de Penas le suspendió la condena por enfermedad.
Henry Loaiza. 'El Alacrán' se entregó a las autoridades en junio de 1995 y fue condenado a trece años de prisión por narcotráfico.
El año pasado estuvo a punto de salir libre, pero la Fiscalía le impuso medida de aseguramiento por la masacre de más de cien campesinos en Trujillo, Valle

TOMADO DEL PERIODICO EL PAIS DE CALI

ASESINATO RODRIGO LARA BONILLA


EL ASESINATO DE RODRIGO LARA BONILLA
Informe conjunto de los medios de comunicación sobre el estado de la investigación del asesinato del ministro de Justicia
Lunes 7 Septiembre 1987
Son muchos los colombianos que hoy, tres años después del asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, creen que este crimen permanece no sólo en la impunidad, sino también en el misterio. Sin embargo, ninguna de estas dos impresiones es totalmente cierta. Desde cuando el 30 de abril de 1984 en la noche, a pocas cuadras del lugar del asesinato, las autoridades capturaron al conductor de la moto desde donde se había ametrallado al ministro, una madeja con muchas puntas y muchos nudos comenzó a ser desenredada por los investigadores del DAS, el F-2 y la Procuraduría.

La detención de Byron Velásquez Arenas, un antioqueño de 18 años que nunca llegó a terminar segundo de bachillerato, permitió comenzar a tirar del hilo de la madeja. En efecto, el jueves 3 de mayo, menos de 72 horas después del asesinato, Velásquez fue interrogado en la cama número 251 de la Clínica de la Policía, a donde había sido trasladado en la noche del 30 para que se repusiera de sus heridas.
El interrogatorio permitió conocer lugares, fechas y algunos nombres falsos de las personas que habían estado detrás de Guizado y Velásquez en la planificación y preparación del magnicidio.

LOS RELATOS DE VELASQUEZ
Velásquez relató a quienes lo interrogaron que había venido de Medellín a Bogotá en dos oportunidades en los días previos a la muerte de Lara. El objetivo para el cual habían sido contratados en Medellín, por dos millones de pesos con un adelanto de $20 mil, era el de asesinar a un señor de un Mercedes blanco que se había robado, según les dijeron, 4 kilos de coca. El primer viaje había sido el 25 de abril. En la tarde de ese día, Guizado y Velásquez se dirigieron en la moto hasta el Ministerio de Justicia, pero como no vieron el Mercedes blanco concluyeron que el hombre se había ido y aplazaron la ejecución del asesinato.
Según dijo Velásquez en el interrogatorio, ese día "a eso de las horas de la tarde, sacaron el carro y me entregaron a mí un chaleco y al compañero mío le entregaron otro chaleco y una ametralladora y dos granadas que las tenían en el carro, entonces el compañero que andaba conmigo en la moto me las echó en el bolsillo derecho del chaleco que para que le quedara más fácil sacarlas a él, entonces como yo no conocía a Bogotá, no conozco las calles ni avenidas, no conozco pues nada aquí en Bogotá, él me explicaba por donde voltiaba, hasta que pasamos por una oficina que es como un segundo piso y tiene un garaje y una puerta es una reja y se ve todo al fondo, que cuando pasamos él dijo que no estaba el Mercedes, ahí entonces nos devolvimos".
El segundo viaje fue el domingo 29, víspera del asesinato. Sobre lo sucedido el lunes, Velásquez dijo a quienes lo interrogaron: "...cuando nos entregaron todas las cosas le dijeron a Carlos Mario (Guizado) que hablaban en Medellín ya, entonces Carlos Mario me dijo que fuéramos para la oficina donde el señor del Mercedes blanco y fuimos, pasamos por ahí y no estaba el Mercedes blanco, entonces eran como las siete y diez y siete y cuarto cuando pasamos por ahí y vimos que no estaba el Mercedes y entonces dijo que tampoco estaba el señor ahí, que ya había salido, entonces ahí mismo que fuéramos por la casa de él y él empezó a explicarme por donde voltiaba, entonces cuando ibamos como por debajo de un puentecito salió un rompocito, una glorieta ahí, entonces cuando asomamos él vio que el Mercedes iba por ahí adelante y me dijo que lo alcanzara por ahí adelante, cuando lo fuimos a alcanzar vi que iba atrás una camioneta como grisecita o cafecita, entonces ahí mismo me dijo que lo arrimara al pie del Mercedes blanco y apenas lo arrimé empezó a disparar por el vidrio de atrás...".

LOS HOTELES DE LA 19
Pero estos relatos no fueron lo más revelador del testimonio de Velásquez. El interrogado dijo a las autoridades ese 3 de mayo, que un hombre que se hacía llamar John Jairo Franco, que se había alojado en un hotel de la avenida 19 había estado en permanente contacto con él y con Guizado. Estas y otras revelaciones hechas por Velásquez condujeron a los investigadores a varios hoteles, restaurantes y almacenes de la avenida 19. También a un parqueadero a donde Franco les había entregado a los sicarios los chalecos antibalas, una ametralladora y dos granadas, armas que se encontraban guardadas en un Renault 12 verde.
Aparte del de Franco apareció otro nombre, a todas luces falso, el de Juan Pérez, quien también se había registrado en un hotel de la 19, y había comido en varias oportunidades en la Fonda Antioqueña, con otros miembros del grupo que fueron conociéndose a medida que avanzaba la investigación. Los testimonios de los empleados de los hoteles de la 19 y de la Fonda permitieron establecer otra identidad, la de un hombre que hablaba susurrando y que desde entonces se conoció como "El Ronco".
Gracias a algunas fotos de archivo de las autoridades y a un retrato hablado efectuado con base en el testimonio de los empleados del hotel y de la Fonda, los investigadores lograron identificar a Franco como John Jairo Arias Tascón, un peligroso expresidiario de Medellín.
Arias Tascón era el primer hombre plenamente identificado que aparecía vinculado a la organización que respaldó a Velásquez y Guizado. Pero la madeja se siguió desenredando, y aparte del nombre de Juan Pérez las autoridades descubrieron otro, también presumiblemente falso: Luis Javier Rodríguez.
Los investigadores decidieron jalar la pita por el lado del misterioso Pérez, quien había estado registrado en los hoteles Nueva Granada y Bacatá, y había hecho varias llamadas a Medellín al teléfono de la señora María Morelia Vásquez. Los investigadores establecieron con ella que en esos días había recibido varias llamadas de Bogotá de su hijo, Rubén Dario Londoño, quien tenía un juicio pendiente en Itaguí, su firma se obtuvo en el juzgado y se comparó con la de Pérez. Los grafólogos no dudaron de que se trataba de la misma persona. Un retrato hablado corroboró lo anterior, y se pudo así identificar plenamente a un segundo miembro de la organización que había planeado el asesinato.
Los investigadores lograron también la identificación de Luis Javier Rodríquez, quien había dejado sus huellas digitales en el almacén donde el grupo había comprado dos motos, entre ellas la que sirvió a Velásquez y Guizado. Estas huellas permitieron establecer que Rodríguez era en realidad Luis Javier Ruiz. Finalmente, "El Ronco", delatado por su voz y porque fue visto en el parqueadero La Concordia de la avenida 19 en compañía de Velásquez, fue identificado como Germán Alfonso Díaz, un peligroso delincuente cuya misión era la de atentar contra el ministro Lara si fallaban Velásquez y Guizado.
De los testimonios recogidos en el hotel, donde se hospedaba Ruiz se pudo establecer la existencia de otro personaje, cuyos rasgos físicos fueron confirmados por testimonios de los empleados de la Fonda Antioqueña. Se trata de "El Negro", quien decía llamarse Jairo Velásquez y resultó ser Julio César Vargas. Hizo varias llamadas a Pereira y a Giovanni Amézquita y Oscar de Jesús Rico, quienes por primera vez aparecieron vinculados a la investigación. En otro hotel de la 19 llamadas telefónicas y testimonios de los empleados permitieron relacionar a Guizado con Raúl Castaño, así como incluir en la lista de miembros de la organización a Oscar Villa y Otoniel Alvarez, quienes se habían alojado en los hoteles Nueva Granada y Cristal.
Todos ellos conformaban, según las autoridades, un grupo de alta peligrosidad vinculado a Pereira y a Medellín. La relación con gente de Medellín había sido establecida desde el principio de la investigación, con las primeras declaraciones de Velásquez. Pero la de la gente de Pereira no era tan clara. ¿Por qué el grupo que planeó el crimen había contactado personas de la capital risaraldense? La respuesta comenzó a encontrarse en algunos testimonios de allegados al ministro, que recordaron que él se preparaba para viajar el 1° de mayo a Pereira. En efecto el ministro Lara había cancelado el viaje antes de ser asesinado. Había sido advertido por un alto mando de la existencia de un complot para asesinarlo, que bien podía llevarse a cabo en Pereira.

¿DE DONDE VENIA LA ORDEN?
Pero el hecho de que existiera no uno, sino varios planes para matar al ministro planteaba nuevas preguntas: ¿De dónde podía venir una orden tan perentoria? ¿Cuál era la cabeza?
Una de las llamadas efectuadas desde Bogotá por los cómplices de Guizado y Velásquez condujo a los sabuesos al municipio de La Estrella, al suroccidente de Medellín y considerado como uno de los fortines políticos del Movimiento de Renovación Liberal Independiente del parlamentario Pablo Escobar. Uno de los teléfonos rastreados resultó ser el de la casa de Luis A. Cataño, alias "El Chopo", quien había sido el comprador del R-12 verde en que se guardaron las armas del asesinato. Cataño fue el primero de los integrantes del grupo de Medellín en llegar a Bogotá. Sus familiares declararon a los investigadores que Cataño era guardaespaldas de Pablo Escobar y cuidandero de su hijo.
Otro teléfono marcado por los cómplices del crimen desde Bogotá condujo a una dirección en Medellín donde los investigadores pudieron establecer la relación del grupo que planeó el asesinato con Juan Fernando Maya, quien fue aspirante al Concejo de Envigado en 1984, como suplente de Alba Marina Escobar Gaviria, hermana de Pablo Escobar, en listas del Movimiento de Renovación Liberal Independiente.
Otro teléfono más, de los que fueron marcados por los cómplices del crimen, figura a nombre de María Victoria Escobar de Henao, hermana de Pablo Escobar.
Entre tanto, los investigadores siguieron adelante con su trabajo, y sondearon más a fondo las pistas del municipio de La Estrella, en donde pudieron establecer, que Rubén Darío Londoño, aquel que se hacia llamar Juan Pérez, figuraba en la lista de candidatos al Concejo de esa población por el Movimiento de Renovación Liberal, y había trabajado en ese grupo político de Pablo Escobar.
Desde el principio de la investigación se descubrió que uno de los documentos de Byron Velásquez había un número telefónico anotado. Esta pista se siguió durante varias semanas y condujo a Wilmar de Jesús Henao, enlace de Londoño y Byron. Estos y otros avances en las averiguaciones permitieron establecer que Byron Velásquez había trabajado en varias ocasiones para Pablo Escobar.
Todo lo anterior sirvió de base al juez Tulio Manuel Castro Gil y al procurador delegado penal, Alvaro López, para sustentar el llamamiento a juicio a Pablo Escobar y a otros implicados. Castro Gil fue asesinado a mediados de 1984, López, varias veces amenazado de muerte, debió abandonar el país. Meses después de esto el Tribunal Superior sobreseyó temporalmente a Escobar y a los implicados más cercanamente relacionados con él. En el juicio que se está llevando a cabo estarán como reos presentes Byron Velásquez y Germán Díaz "El Ronco". Como reos ausenten serán juzgados Rubén Darío Londoño, John Jairo Arias y Luis A. Cataño.
Como puede verse, es posible que el asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, quede, al menos parcialmente, en la impunidad. Pero lo que ya no se podrá decir es que quedó en el misterio.

LA "LEY DEL SILENCIO"
Desde la noche del 30 de abril de 1984 los colombianos esperan tener la respuesta a uno de los mayores interrogantes en la historia del país: ¿Quién ordenó el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla? Junto con la respuesta a este interrogante también se espera que la investigación condene a alguien más que a un pistolero a sueldo. Pero tratándose de un caso en el que se mueven intereses y personas tan oscuras, el proceso ha tropezado con varias dificultades. Entre esas dificultades se cuentan las amenazas a los investigadores y el asesinato de estos y de quienes pudieran ser testigos claves, cuyas declaraciones llevarían al esclarecimiento del crimen.
A continuación, la lista de los muertos relacionadas con la investigación del caso Lara Bonilla:

-Tulio Manuel Castro Gil. Juez encargado de la investigación del caso Lara Bonilla. Fue asesinado en la noche del 23 de julio del 84 en la Caracas con 47 cuando se dirigía en un taxi a su residencia, después de dictar su cátedra de derecho en la Universidad Santo Tomás. A pesar de las repetidas amenazas, se le había retirado la escolta. Dentro de la investigación que adelantaba en el caso Lara resultaron involucrados varios capos del narcotráfico, pero pocos días antes de su muerte Castro Gil levantó las órdenes de captura que pesaban sobre varios de ellos. Por su despacho pasaron varios casos de difícil manejo, entre los que se destacan el del llamado "Crimen del quinto piso", que se caracterizó por una serie de extrañas muertes, en especial la del parlamentario José Antonio Vargas Ríos, quien a su vez investigaba el robo de los 13.5 millones de dólares. El otro caso estaba relacionado con el asesinato del jefe de bodegas de la Aduana de Eldorado, por el cual llamó a juicio a los hermanos Hernández Pacheco.

-Coronel Jaime Ramírez Gómez. Habiendo sido la mano derecha del ministro Lara Bonilla, el coronel Ramírez conocía no sólo las amenazas que se cernían sobre él, sino el nombre de sus autores. Una vez sobreseído temporalmente el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria, en la etapa de reapertura de la investigación, el testimonio que debía rendir Ramírez Gomez para explicar los hechos que se le imputaban a aquel, eran virtualmente base de acusación. Ignoraba que desde enero de 1986 se fraguaba un plan para asesinarlo, que se consumó el 17 de agosto del mismo año.

-Rubén Dario Londoño Vásquez.
Acusado de ser coautor del crimen de Lara Bonilla, estaba prófugo de la justicia desde el día del asesinato del ministro. Fue muerto el 18 de julio del 86 en Envigado, cuando descendía de un campero, sin que se conozca aún la identidad de los asesinos. Contaba con 30 años de edad y en el 84 salió elegido concejal principal para el periodo 84-86 por el Directorio Liberal Independiente, fundado por Pablo Escobar Gaviria.

-Dora Emperatriz Torres Sánchez.
Cayo asesinada en Medellín el 3 de agosto de 1984. Era la amante de Iván Guizado Alvarez, asesino del ministro Lara Bonilla, quien fue dado de baja cuando intentaba huir del lugar del crimen. La muerte de Dora Emperatriz sucedió en el preciso instante en que el juez 77 de Instrucción Criminal, Luis Antonio Lizarazo, llegaba a Medellín para interrogarla. El juez Lizarazo fue designado por Castro Gil para que adelantara varias diligencias relacionadas con el caso Lara.

LLAMADOS A JUICIO Y SOBRESEIDOS
Pablo Escobar Gaviria fue llamado a juicio por el entonces juez primero superior, Tulio Manuel Castro Gil, como autor intelectual del crimen del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, con base en los siguientes indicios que constituyen el presunto móvil del asesinato:
-El haberse opuesto a la campaña moralizadora de Lara Bonilla contra los llamados "dineros calientes".
-La reavivación de todos los expedientes adelantados contra el ex parlamentario.
-Por estar probada la cantidad de gente colocada a su disposición para ejecutar el plan tomando como punto de referencia lo afirmado por la entonces viceministra de justicia, Nazly Lozano, de que supuestamente el crimen se fraguó en la casa de Escobar Gaviria.
-Se sumaron a esto las relaciones existentes entre Luis Alberto Cataño Molina (alias "El Chopo"), Dagoberto Ruiz Moreno y Rubén Darío Londoño Vásquez (alias "La Yuca"), vinculados a la investigación por el crimen del ministro.
El primero resultó ser guardaespaldas de Escobar y los otros ligados a su movimiento político.
-Igualmente, las grandes sumas de dinero gastadas en Bogotá por el sindicado Rubén Darío Londoño Vásquez y las derrochadas por Byron Alberto Velásquez o Iván Darío Guizado Alvarez, los sujetos de la motocicleta empleada para el crimen, amén de las llamadas telefónicas hechas por la banda a la casa de Escobar Gaviria en Medellín.
-Venganza por el golpe dado por el grupo antinarcóticos de la Policía a Tranquilandia (complejo productor de cocaína), el 10 de marzo de 1984, cuyo principal propietario era Pablo Escobar.
-La desbandada de los principales "capos" de la mafia la misma noche del crimen y la no presencia de Escobar Gaviria a rendir indagatoria, no obstante gozar del fuero parlamentario. Toda esta pluralidad de indicios llevaron a Castro Gil a llamar a juicio a Escobar Gaviria como uno de los autores intelectuales de la muerte de Lara Bonilla.

LO QUE DIJO EL TRIBUNAL
El Tribunal, al resolver la apelación contra la providencia del juez Castro Gil, revocó el llamamiento a juicio de Escobar Gaviria y lo benefició con un sobreseimiento temporal. Para esto tuvo en cuenta los siguiente:
-Se carece de elementos de juicio serios para arribar a la conclusión de que el mandato delictivo para acabar con la vida de Lara Bonilla provino del procesado Pablo Escobar Gaviria.
-"Si se analizan desprevenidamente los términos contenidos en las exposiciones del coronel Jaime Ramírez gestor del golpe a Tranquilandia, del jefe del Crupo Antinarcóticos, coronel Gilibert Vargas, y de la viceministra Nazly Lozano, se llega a la deducción de que no solamente señalan a Pablo Escobar como el posible autor del plan para eliminar al ministro, sino que lo hacen extensivo al Clan Ochoa, a Gonzalo Rodríguez Gacha, a Carlos Lehder y a Pascual Gil Vargas, a sí como a Evaristo Porras".
-"Con base en estas afirmaciones, por demás equívocas e imprecisas, dice el Tribunal que no resulta ni lógico, ni jurídico concluir que Escobar Gaviria detente la calidad de sujeto determinador en el sacrificio del ministro de Justicia, porque dentro de la misma lógica el grupo de personas atrás relacionadas ostentarían la misma condición para reputarlos determinadores de este magnicidio".
-La Corporación señala que la inconsistencia del cargo es de tal dimensión que hasta el mismo juez del conocimiento incurre en dubitaciones al analizar la prueba.
-Sobre las llamadas de los presuntos sicarios a la casa de Escobar Gaviria sostiene el Tribunal que este aserto aparece destituido del respaldo probatorio, pues no se allegaron al diligenciamiento criminal las grabaciones de las conversaciones, desconociéndose así cuál fue su contenido.
-Estima la sala que con "base a especulaciones y lucubraciones por inteligentes que estas sean, no es dable enjuiciar a una persona, ya que para llegar a esta meta es menester que obren debidamente en el proceso las pruebas a que hace alusión".
-En relación con la participación de Londoño Vásquez y Cataño Molina en el movimiento político de Escobar Gaviria, dice que esta deducción sólo tiene asentamiento en la mente del juzgador y no en el haz probatorio. El Tribunal dice que emergen tremendas lagunas investigativas imputables a la deleznabilidad y ausencia de elementos de juicios serios e imparciales.

SITUACION DE LOS OCHOA
Fabio Ochoa Restrepo fue vinculado al proceso a raíz de las acusaciones del coronel Jaime Ramírez y otras versiones que hacen presumir que el Clan Ochoa intervino en el crimen de Lara Bonilla. El juez, en providencia de agosto 31 de 1984, no halló merito suficiente para dictar auto de detención contra Ochoa Restrepo.
Su incriminación se hizo con base a que éste tiene vinculación personal con la finca Tranquilandia, habiéndose afirmado en el decurso de la investigación que desde esta área se hacían vuelos transportando cocaína a la finca Repelón (Atlántico) de propiedad de Ochoa Restrepo, cargo que el juez consideró sin ninguna importancia jurídica en relación con la muerte de Lara Bonilla.
De la misma manera se implicó a los hermanos Jorge Luis, Juan David y Fabio Ochoa Vásquez, hijos de Ochoa Restrepo, a quienes se les conoce como traficantes de estupefacientes. Fueron varios los testimonios en los que el juez cifró sus presunciones de que podrían estar comprometidos en el asesinato del ministro.
El Tribunal anotó que ninguna evidencia procesal, fuera de la anterior sindicación, emerge del proceso siquiera como leve indicio de que el Clán Ochoa hubiese contribuido en forma alguna en el asesinato de Lara Bonilla y que las incriminaciones que dimanan de los testimonios de los coroneles Ramírez y Gilibert Vargas , Sofia Lara Bonilla y Aristóbulo Alvarez Hernández, carecen de suficiente fuerza probatoria para residenciarlos en juicio criminal como coautores. Por esta razón los sobresee definitivamente y revoca el sobreseimiento temporal que les dio el juez Castro Gil.

ALIAS" PININA" John Jairo Arias Tascón


Golpe al sicariato
Nación A los 29 años, "Pinina", el jefe de sicarios de Medellín, probablemente era el hombre que más asesinatos había ordenado.
Eran las 10:07 de la mañana del pasado jueves. A esa hora, los colombianos estaban pegados a los televisores y a los radios siguiendo cada una de las jugadas de la selección de fútbol que en ese momento enfrentaba al equipo de Yugoslavia en el campeonato mundial de Italia. Todo era alegría, ilusión. Pero una vez más el fantasma de la guerra y la muerte recorrió las calles de Medellín. Un carro-bomba con 80 kilos de dinamita estalló en el barrio El Poblado, dejando cuatro muertos, 90 heridos y pérdidas materiales superiores a los mil millones de pesos.
El carro-bomba de El Poblado fue accionado en el momento en que una patrulla de la policía se disponía a inspeccionar una camioneta Chevrolet Luv.
Por el momento la versión más difundida en Medellín es la que señala que la bomba en el barrio El Poblado fue la respuesta del cartel de la droga en venganza por la muerte de John Jairo Arias Tascón, alias "Pinina", uno de los principales jefes de los grupos de sicarios al servicio del cartel, que doce horas antes del carro-bomba había sido dado de baja por el cuerpo Elite de la policía, también en el sector de El Poblado, cuando se encontraba en un apartamento en compañía de su esposa y de su hija de seis meses.
La muerte de "Pinina" ha sido el golpe más certero que han asestado las autoridades de policía a la estructura organizativa del cartel de la droga desde que se inició la lucha contra el narcotráfico. Inclusive el general Miguel Maza Márquez, señaló que la muerte de "Pinina" tiene tanta dimensión como si se hubiera capturado o dado de baja a Pablo Escobar.
El nombre de John Jairo Arias Tascón está vinculado con los asesinatos de Rodrigo Lara Bonilla, de Antonio Roldán Betancur, del coronel Franklin Quintero, del procurador Carlos Mauro Hoyos y del periodista Jorge Enrique Pulido. A ello se suma su participación intelectual en los atentados al edificio del DAS y al avión de Avianca, que dejaron cerca de doscientas víctimas inocentes.
De acuerdo con las investigaciones adelantadas por el DAS, "Pinina" tenía una larga amistad con Pablo Escobar. A su lado se había hecho un hombre rico por sus acciones al frente de los grupos de sicarios. Tanto que llegó a ser el quinto en la Jerarquía de la organización y, según las autoridades, el jefe de escoltas de Escobar.
Como en la mayoría de estos delincuentes, su niñez transcurrió en medio de la pobreza y la violencia de los barrios marginales de Medellín. Antes de los quince años ya conocía muchos de los secretos del oficio. Había sido raponero a los 12, pandillero a los 14 y a los 15 hizo sus primeros trabajos como sicario. Era, para entonces, uno de esos adolescentes que iba a recibir entrenamiento en las escuelas de sicarios organizadas por el cartel, en las afueras de Medellín. Su sangre fría, su instinto para matar y el arrojo demostrado en los entrenamientos contrastaban con su figura frágil y, más aún, con la voz chillona que le valió los apodos de "Pinina" y "Andrea" con los que sus compinches lo bautizaron, pues la encontraban parecida a la de la niña actriz argentina Andrea del Boca.
Muy rápidamente ascendió en la jerarquía del sicariato hasta llegar a ser considerado uno de los hombres más cercanos a Pablo Escobar. Una de las cosas que más le ayudó en su oficio fue el conocimiento que tenía de las gentes de la comuna. Era un tigre para reclutar muchachos para el sicariato. Por eso, el primer magnicidio del cartel, el asesinato del ministro Rodrigo Lara Bonilla, se le encomendó a él. Fue él quien contrató y pagó a Byron de Jesús Velásquez, Iván Darío Guizao Alvarez y a los demás integrantes de la banda que cometió el asesinato en 1983.
Pero, su gran prueba como hombre de confianza del narcotráfico tuvo lugar en 1988 cuando Escobar lo envió al Valle con la misión de desatar la guerra contra el cartel de Cali. En compañía de otros sicarios recibió la orden de organizar el asesinato de las principales cabezas del narcotráfico en esa ciudad. Para lograrlo, "Pinina" compró apartamento y finca en lugares cercanos adonde residían y tenían propiedades los jefes del cartel de Cali. La operación fracasó después de que las autoridades en Medellín, tras una serie de allanamientos en la capital antioqueña, descubrieron y divulgaron los pormenores del plan.
Pero como el fracaso no había sido su culpa siguió gozando del aprecio de los jefes del cartel de Medellín, quienes para protegerlo, decidieron su traslado a Bogotá y desde entonces alternó sus actividades entre estas dos ciudades. "Pinina" pasó del magnicidio al carro-bomba y al crimen colectivo. Organizó y ordenó la racha de explosiones que ha dejado 262 civiles muertos, 129 policías asesinados en Medellín y miles de damnificados en todo el país.
El final de uno de los hombres más buscados por las autoridades militares y de policía se logró después de una larga labor de inteligencia que se inició hace cerca de un mes. El éxito del operativo se debió a la información entregada por un ciudadano que se comunicó en varias oportunidades con la comandancia de la policía de Antioquia para suministrar información sobre el paradero de "Pinina". Como recompensa por su información, el gobierno nacional le entregará, en absoluta reserva, cien millones de pesos.
El golpe llevó al director de la policía, general Gómez Padilla a afirmar que "se ha eliminado un eslabón más en la cacería de Pablo Escobar. A él seguiremos buscándolo. Le estamos cerrando espacios. El está en Antioquia, en los valles de Aburrá y de Rionegro. No sale de allí porque son lugares muy propicios para sus desplazamientos".

REVISTA SEMANA

jueves, 23 de agosto de 2012

LA NEGOCIACION CON LA JUSTICIA


ORDEN EN CASA
Nación En su primer mes, el nuevo Fiscal ha marcado diferencias claras con su antecesor, en las negociaciones con los narcos y las relaciones con Estados Unidos.
DURANTE SU ULTIMA SEmana como Fiscal General de la Nación, Gustavo de Greiff firmó una serie de actas en las que certificó que cinco de los más importantes hombres de la organización del cartel de Medellín, que hoy se encuentran detenidos en el pabellón de máxima seguridad de la cárcel Modelo, en Bogotá, habían colaborado eficazmente con la justicia y que sus confesiones habían permitido esclarecer numerosos crímenes, magnicidios y actos terroristas. Los beneficiados con las certificaciones firmadas por De Greiff fueron Carlos Alzate Urquijo, alias 'Arete'; Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias 'Popeye'; Sergio Alfonso Ortiz, alias 'El Pájaro'; Gustavo Gutiérrez Arrubla, alias 'Maxwell' y José Fernando Posada Fierro, alias 'Chepe Nando'. Estos hombres fueron llevados a la oficina del Fiscal General entre el martes 16 y el miércoles 17 de agosto por la fiscal Cruz Helena Aguilar, quien tenía a su cargo esos procesos.
Cuando Alfonso Valdivieso se posesionó el pasado 18 de agosto como nuevo Fiscal, encontró que las certificaciones expedidas por De Greiff no eran otra cosa que un beneficio más de rebaja de penas. Tan pronto tuvo claro el contenido y alcance de esos documentos, ordeno una completa revisiónde los procesos de los cinco beneficiados, para determinar qué tan eficaz había sido su colaboración.
Unos días después la sorpresa que se llevó fue mayúscula: la colaboración por parte de estos procesados dejaba mucho qué desear y no tenía el sustento que De Greiff había avalado. Muchas de las delaciones eran contradictorias y en algunos casos lo único que habían hecho era desviar y entorpecer otros procesos. Debido a ello, Valdivieso integró una comisión de fiscales especiales con el fin de medir con precisión la validez de lo actuado.
Este trabajo, que todavía se adelanta, ya arrojó los primeros resultados. Uno de ellos tiene que ver con el caso del 'Arete', en el cual la Fiscalía detectó varias inconsistencias. 'Arete' asumió, en una extensa confesión, la autoría de 30 de los más espantosos crímenes del cartel, entre ellos la voladura del avión de Avianca. Algunos funcionarios de la Fiscalía creen que 'Arete' asumió esas responsabilidades porque como en la legislación colombiana las penas no se acumulan y en cambio sí lo hacen los beneficios por colaboración, llega un momento en que da lo mismo confesar 10 ó 20 crímenes. Estos esguinces tinterillescos se dan, obviamente, si la Fiscalía lo permite con una interpretación de las normas generosa con el acusado, que es exactamente lo que algunos funcionarios de la Fiscalía creen que sucedió en este caso. "De las actas queda claro que en el caso de Alzate no hay pruebas suficientes en el expediente que certifiquen una verdadera y eficaz colaboración", señaló a SEMANA una alta fuente de la Fiscalía.
Para Valdivieso, el problema mayor es que, incluso si se acepta la veracidad de las confesiones del 'Arete', el supuesto autor de la voladura del avión de Avianca y del edificio del DAS, actos terroristas con más de 300 muertos terminaría pagando -en virtud de lo hasta ahora negociado- una condena de tan solo ocho años. Por ello, el proceso ha quedado congelado y en revisión. Pero el Fiscal no se quedó ahí. El viernes pasado decidió separar del conocimiento de los procesos que se adelantan contra el ala terrorista del cartel de Medellín a la fiscal Aguilar, la misma que hace algunos meses originó un escándalo al permitir que a una diligencia con el 'Arete' ingresaran dos personas ajenas a la Fiscalía, que luego resultaron ser abogados del cartel de Cali que querían entrevistarse con Alzate para definir un tratado de paz entre los dos carteles que se celebró, como se recuerda, con una comilona de pollo.

NUEVOS VIENTOS
Con estas primeras medidas Valdivieso ha demostrado que su gestión está tomando distancia de la de su antecesor. Las diferencias son de fondo y de forma. El nuevo Fiscal ha optado por ser menos protagonista y por buscar siempre la coordinación y conciliación de la política criminal con el Ejecutivo, como lo demostró el viaje que hizo la semana pasada a Estados Unidos en compañía del ministro de Justicia Néstor H. Martínez. En escasas 48 horas en Washington, Valdivieso y Martínez lograron recuperar la credibilidad de las autoridades estadounidenses en las posibilidades de la política de sometimiento de Colombia.
La cita más importante la cumplieron con Janet Reno, la poderosa fiscal norteamericana que había chocado espadas con De Greiff, en un episodio ocurrido a principios de año que echó por la borda la colaboración y el intercambio de pruebas.
Esta vez, la reunión tuvo una tónica bien distinta. "Se restableció un clima de confianza porque las autoridades norteamericanas tenían en claro que no estoy en favor de la legalización y que creo firmemente que para poder enfrentar jurídicamente a los carteles es indispensable la cooperación judicial de Estados Unidos", señaló Valdivieso.

MANO DURA
El trabajo realizado por el Fiscal no se ha limitado al lobby en Estados Unidos. A nivel interno ya comenzó a meter la mano y lo ha hecho con firmeza. La semana pasada metió baza en el asunto de las certificaciones que fueron expedidas a tres miembros del cartel de Cali por parte de De Greiff en enero pasado. En esa oportunidad Elmer Buitrago, más conocido como 'Pacho Herrera', José Olmedo Ocampo y Juan Carlos Ramírez se presentaron en el despacho del Fiscal y amparados en principio en el artículo 369 E del Código de Procedimiento Penal, solicitaron que se les abriera investigación por cuanto había rumores sobre sus actividades ilícitas. De Greiif procedió a abrir la correspondiente indagación y les otorgó certificaciones que los protegían de una posible captura.
Como los términos comenzaron a correr y el próximo mes de febrero vence el plazo para establecer si realmente estas personas son procesables, Valdivieso decidió estudiar el asunto para evitar así que queden exonerados de modo definitivo presuntos narcotraficantes. "No podemos permitir -le dijo a SEMANA el nuevo Fiscal- que gane la impunidad. Desde febrero hasta la fecha, contra esas tres personas no se ha conseguido una sola prueba. Si no se modifica la decisión de De Greiff, en febrero próximo esas personas quedarían a paz y salvo con la justicia ".
La decisión consistirá en revocar las tres certificaciones expedidas por De Greiff en febrero de este año y ordenar una investigación preliminar, de tal manera que si en 180 días no se encuentran pruebas contra ellos, se proceda al archivo provisional de los expedientes y no a una exoneración definitiva.
Otra de las medidas que muestra el nuevo tono muscular de la Fiscalía es el traslado de cuatro procesos que se venían adelantando en Cali contra los , hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela. La decisión obedece a que en Cali las investigaciones estaban virtualmente paralizadas y las decisiones adoptadas no eran las mejores.
Todos estos problemas parecen ser apenas la punta del iceberg de una cadena de irregularidades que ha comenzado a tocar fondo y que amenaza con aumentar la impunidad en los procesos que se adelantan por los más horrendos crímenes cometidos en la última década en el país. Por eso Valdivieso decidió coger el toro por los cuernos. Ojalá que todas estas propuestas no se queden en simples intenciones, porque la Fiscalía entró en cuidados intensivos.-

ENTREVISTA DE JHON JAIRO VELASQUEZ VASQUEZ ALIAS POPEYE







ATENTADO AVION DE AVIANCA

El ‘Suizo’, el hombre que voló avión de Avianca durante los aciagos tiempos del narcoterrorismo

Darío Uzma, el hombre encargado de planear el atentado al HK 1803 de Avianca. El avión fue volado en pleno vuelo el 27 de noviembre de 1989.
REVELACIÓNDarío Uzma planeó el atentado del HK-1803. En el vuelo murió uno de los sicarios del cartel de Medellín junto a otros 106 pasajeros. Estas y otras sorprendentes revelaciones están en el libro De Rasguño y otros secretos del bajo mundo, del periodista Juan Carlos Giraldo. Semana.com publica a continuación el sorprendente capítulo.
Lunes 6 Agosto 2007
El curtido investigador judicial, al que simplemente le decían Carrillo, llegó al lugar de los hechos seis horas después de divulgada la noticia de la caída de un avión jet de la empresa Avianca, con 101 pasajeros y seis tripulantes a bordo.

La aeronave hk 1803, que debía cubrir la ruta BogotáCali, había salido del Aeropuerto Eldorado a las siete y trece minutos de la mañana de ese lunes 27 de noviembre de 1989.

El Boeing 727100 cayó del cielo cuando volaba a 10.400 pies de altura, y se desparramó en mil pedazos sobre una montaña rocosa, en jurisdicción de la población de Soacha, ubicada al extremo sur de la capital colombiana.

Muchas personas vieron cuando explotó en el aire y pudieron observar los pedazos del aparato cayendo a tierra. Esas mismas personas llamaron a las emisoras locales y nacionales, pero nadie quiso dar crédito a «semejante vaina», a esa hora de la mañana, cuando el cielo se abría y daba paso a un sol radiante que comenzaba a iluminar la ciudad.

El investigador Carrillo era el duro de los explosivos en el naciente Cuerpo Especial de Investigaciones de la Unidad de Instrucción Criminal. Cuando llegó al lugar de los hechos o, dicho en términos judiciales, a la escena del crimen, ya se encontraba invadido de periodistas, camarógrafos, fotógrafos, policías, curiosos y saqueadores que aprovechaban cualquier descuido de la sorprendida autoridad para hacerse a una prenda, un collar o un reloj.

Partes de cuerpos se encontraban regadas en un radio de unos tres kilómetros, vísceras humanas y retazos de ropa colgaban de las ramas de los eucaliptos que abundan en ese lugar. El espectáculo era macabro. Nadie se salvó.

Un pedazo de unos doce metros del fuselaje del avión fue la parte más intacta que quedó. Tres letras de la palabra Avianca se podían leer sobre un fondo rojo y blanco, los colores oficiales de la empresa aérea más grande e importante del país.

Carrillo era un hombre muy conocido en los pasillos judiciales por todos los periodistas que cubrían las noticias de su sector, y seguramente por eso fue abordado de inmediato cuando los comunicadores descubrieron su menuda figura agazapada a un lado del fuselaje, tomando las primeras impresiones de la tragedia.

¿Accidente, falta de gasolina, falla humana, mal tiempo? Todos sus amigos periodistas le querían preguntar, al mismo tiempo, en desorden. «Fue un atentado terrorista», se atrevió a asegurar, no sin antes advertir que lo decía «off the record», pues aún era muy prematuro hablar de forma oficial.

Carrillo tomó del brazo a uno de los periodistas que más le generaba confianza, y apartándolo le confió el motivo de su intuición. «¿No le huele raro, como a dulce?», le preguntó al reportero. «Sí, huele como a dulce, como a gasolina dulce», le respondió aquél. «No, guevón, es el olor del explosivo plástico, del C4».

Nadie le paró bolas al investigador, pese a que Colombia vivía uno de los capítulos más sangrientos de su historia reciente, derivado de la guerra que el capo del cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, le había declarado al Estado, con el fin de evitar que se aprobara la extradición de narcotraficantes como él a Estados Unidos.

A diario, y a veces hasta en intervalos de horas, las explosiones de las bombas sacudían las calles de ciudades como Cali, Bogotá y Medellín, sembrando el pánico y la desolación. Decenas de personas, inocentes en su mayoría, murieron por culpa de la arremetida de los llamados Extraditables, el grupo militar que formó Escobar Gaviria para enfrentar una guerra que él calificó como «sin cuartel».

«Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos», era el lema de los comunicados que los Extraditables publicaban cada vez que se adjudicaban un atentado criminal o un ataque terrorista.

Aunque esta vez no hubo comunicado alguno que se atribuyera semejante crimen, las conclusiones de Carrillo no eran tan descabelladas como a priori lo asumieron los periodistas que llegaron al lugar. ¿Sería posible que la caída de un gigante de los cielos como el Boeing de Avianca hiciera parte de un plan fraguado por la mente criminal de Pablo Escobar? En principio el tema se quedó en simples especulaciones de un investigador tercer mundista. Y si se tiene en cuenta que Colombia es un país de altísima accidentalidad aérea, pues la hipótesis de un atentado parecía esfumarse con el mismo viento que soplaba fuerte contra las rocas de la montaña donde descansaban los restos de los pasajeros del avión.

Dos días más tarde, en el lugar de la tragedia aparecieron regados por todas partes agentes del fbi enviados desde Estados Unidos, de la dea y de la Agencia de Aviación.

Y sólo entonces los periodistas comenzaron a sospechar, a aceptar la posibilidad de un atentado terrorista, a no descartar con tanto facilismo que la siniestra mente de Pablo Escobar había ideado un nuevo ataque sin antecedentes recientes en el mundo.
Para entonces, Carrillo ya se había embolatado en otros asuntos, en otras áreas de su trabajo, sin saber que su olfato era aún más acertado que los sofisticados aparatos con los que se vio llegar al grupo de gringos vestidos por completo de negro, con gorra y comida enlatada que cargaban en gruesos morrales color militar.

Tomaron muestras de los árboles, de las ramas de las que todavía, cincuenta horas después, pendían restos humanos ya putrefactos; tomaron muestras de los pedazos de cadáveres que habían sido acomodados en fila, cubiertos con sábanas blancas para que los curiosos y fotógrafos de periódicos sensacionalistas no le dieran rienda suelta al morbo. Y también se llevaron muestras de los restos del avión y de la tierra donde cayeron sus pedazos.

La escena del crimen, que en cualquier otra parte del mundo es lo más sagrado en una investigación, había sido docenas de veces manipulada por los primeros curiosos, por los policías inexpertos que acudieron al lugar cuando escucharon el golpe del fuselaje contra la tierra y, obviamente, por los saqueadores que se robaron las pocas prendas que quedaron buenas y los billetes rotos que alcanzaron a llegar al suelo como plumas que se desprenden de un colchón.

Pero, gracias al cielo, los investigadores colombianos no necesitaron los pocos elementos que se lograron salvar. Mientras en los laboratorios de Estados Unidos se comprobaba la presencia de explosivos en partes del avión y en el tejido blando de algunos trozos de cadáveres, en Bogotá un juez recibía el testimonio de una mujer que, sin proponérselo, allanaría el camino para aclarar los hechos o, por lo menos, una de las razones del hecho.

Con el corazón destrozado y el desespero de saber noticias de su esposo que iba en el vuelo, la mujer se presentó al despacho judicial como una viuda más.

La investigación la asumió en principio el juez Antonio Cadena Farfán, quien atiborró en su estrecha oficina del complejo judicial de Paloquemao, los cientos de papeles de las diligencias iniciales, los cientos de folios con testimonios de familiares de víctimas y testigos y los cientos de actas de defunción. El juez Cadena se vio en la necesidad de habilitar el baño de su despacho para acomodar allí las bolsas plásticas con los restos más pequeños del avión y algunas pertenencias de los pasajeros.

El caso judicial tomó forma cuando llegó a manos de un segundo juez, en ese entonces un joven abogado tolimense que tuvo la fortuna de contar con el testimonio que revelaría una parte de la verdad. Jaime Gómez Méndez llevaba pocos meses al frente del Juzgado Séptimo de Orden Público cuando, por una comisión especial del gobierno, le entregaron el expediente con las diligencias previas y los resultados de las agencias estadounidenses que estuvieron en el lugar. Y fue a él a quien una tarde visitó en su oficina la viuda, argumentando que quería reclamar el carro que su esposo había dejado en el parqueadero del aeropuerto en Bogotá. La mujer explicó que era un Renault 9 de color blanco y que ahora, después de identificado el cadáver de su esposo, debían devolvérselo a ella, la legítima heredera.

El juez Gómez Méndez echó mano de su olfato como investigador especializado en criminalística para detectar en el relato de la viuda un elemento importantísimo que le podría dar un giro a las pesquisas que en ese instante se encontraban bajo el rótulo de «determinadores sin identificar».

Le tomó declaración bajo juramento, como requisito para la devolución del vehículo, aunque ésa no fuera su verdadera intención. Ella entregó documentos: la tarjeta de propiedad del carro, fotocopias de la cédula del esposo, el registro civil de matrimonio y su pasado judicial. En la declaración, reveló el verdadero nombre de su cónyuge y explicó, además, que él siempre viajaba «con chapa», por razones de seguridad. Chapa, según explicó, era la cédula falsa que el hombre cargaba para pasar controles oficiales, pues confesó que se trataba de un importante ex empleado del cartel de Medellín que había decidido entregarse a la justicia norteamericana para convertirse en testigo de cargo contra Pablo Escobar.

Y relató, con lujo de detalles, que ese día iba para Cali a encontrarse con los agentes de la dea que lo iban a trasladar; pues la idea era sacarlo por una ciudad distinta de Bogotá o Medellín, porque los sicarios de Pablo Escobar ya lo estaban siguiendo para asesinarlo antes de salir del país.

Aunque con beneficio de inventario, el juez Gómez tomó aquel relato como un elemento trascendental para empezar a dirigir la investigación hacia el grupo de los Extraditables, que para esos días ya habían enviado mensajes anónimos grabados a las emisoras radiales, atribuyéndose el plan criminal.

Si hasta entonces se mantenían algunas dudas sobre los móviles y los autores del hecho, la versión de la viuda las disipó. Pero el juez nunca creyó que semejante plan terrorista, que seguramente contó con asesoría de empresas criminales extranjeras, se hubiera montado con la exclusiva intención de asesinar a un solo hombre, por muy amenazante que éste resultara para los intereses del cartel de Medellín.

Y tenía razón el juez, pero nunca pudo saber esa otra parte de la verdad, porque la investigación se enredó en asuntos más administrativos, como la entrega de las pertenencias a las familias, la identificación plena de los pasajeros y las llamadas actas de defunción. Para ello, debió releer las versiones de todos los familiares, con el fin de confrontarlas con los documentos de identidad hallados en el lugar, y poder así hacer entrega física y oficial de los cadáveres, para que recibieran los oficios religiosos de rigor y cristiana o católica sepultura.

Aunque el juez Gómez Méndez encontró méritos suficientes para abrir investigación formal y vincular como autores a los jefes del cartel de Medellín, nunca conoció un segundo testimonio que acabaría de confirmar las especulaciones que ya se habían convertido en verdades callejeras. Testimonio que, más que reiterar quiénes fueron los autores intelectuales, arrojó luces sobre la forma como se desarrolló el macabro plan, desde su inicio en Medellín hasta su ejecución a 10.400 pies de altura en los cielos de Bogotá.

Lo entregó una persona muy cercana a la familia de Pablo Escobar Gaviria, casi diez años después de ocurrido el hecho, época en que la investigación ya había sido archivada y olvidada. Sucedió cuando se encontraba preso en Estados Unidos uno de los sicarios más sanguinarios al servicio del capo, conocido como La Quica y señalado por la dea de haber sido parte del grupo encargado de volar el avión, donde además figuraba en la lista de víctimas un ciudadano estadounidense.

Según ese último testimonio -del que existe evidencia magnetofónica-, uno de los jefes del ala terrorista de Pablo Escobar, y quien fuera asesinado años después al salir de la cárcel, fue el encargado de organizar a los hombres y dotarlos de todos los elementos necesarios para el atentado.

Aunque se presume que hubo asesoría de un terrorista español, al parecer ex miembro de la eta, la bomba con que volaron el avión de Avianca resultó ser un aparato sencillo de fabricación casera, que mandó a hacer un joven sicario del cartel de Medellín, bajo de estatura, grueso y de tez trigueña. Un bigote que sólo se le pobló en los extremos del labio superior, le daba a su rostro un parecido al memorable humorista mexicano Mario Moreno. Pero dentro del cartel de Medellín no se le conocía con el alias de Cantinflas sino así, simplemente Uzma, por su apellido.

Darío Uzma tenía una mirada penetrante y agresiva, y aunque nunca cursó estudios superiores -apenas hasta primero de bachillerato-, sobresalía por su astucia innata, su arrojo y su despiadada forma de acabar con sus víctimas. Pocas veces utilizaba armas de fuego para cumplir las órdenes de Pablo. Generalmente lo hacía con cuchillos o dagas. En las comunas de Medellín, una zona que frecuentaba, le adjudicaban la leyenda de haberle propinado cincuenta puñaladas a un joven que se le había quedado con una plata.

Uzma fue el elegido por el extinto jefe terrorista al que a su vez Escobar había confiado toda la organización y la logística del plan por el que el capo había ofrecido un millón de dólares si se cumplía al pie de la letra.

La información de inteligencia, que los sabuesos de Escobar habían recogido mediante infiltrados y la interceptación de llamadas telefónicas, daba cuenta de la posibilidad de que en ese vuelo de Avianca viajarían los dos hermanos Rodríguez Orejuela, los jefes del cartel de drogas de Cali, para esa época ya clasificados como archienemigos del capo de Medellín. También se decía tener la certeza de que el avión sería abordado por el político colombiano César Gaviria Trujillo, quien había sido declarado objetivo militar.

Seguramente Escobar también sabía de la presencia del testigo de la dea que declararía en su contra en Estados Unidos. Siendo así, la mesa estaba servida para que el jefe del cartel de Medellín se deshiciera de un solo golpe de cuatro enemigos que en ese momento representaban su mayor amenaza. Y todo por un mismo precio, un millón de dólares, que para él no significaban mucho, si se tiene en cuenta que manejaba una caja menor permanente de 10 millones de dólares en una caleta que él en persona había construido en su ciudad.

Por eso, cuando Uzma se enteró del encargo y de la importancia que ese trabajo significaba para el Patrón, expresó a sus allegados la inmensa alegría que le producía el anuncio y prometió cumplirlo a cabalidad. Buscó al asesor en explosivos, quien le entregaría la bomba ya fabricada, y él se encargaría de idear la manera más eficaz y desapercibida posible de hacerla llegar al interior de la aeronave y camuflarla en un lugar que no pudiera ser escudriñado por la seguridad aeroportuaria. Lo demás, lo más fácil, sería conseguir a alguien que la llevara y la activara en pleno vuelo.
Uzma contactó a uno de sus secuaces de la comuna de Zamora, en el oriente de Medellín, a quien le encargó la contratación de un jovencito que cumpliera con la última fase del atentado. «Conseguime un suizo», le pidió a su amigo. Y éste no tuvo mucha dificultad para convencer a un muchacho de 18 años, recién cedulado, hijo de humildes recogedores de basura, pobres y desahuciados de la sociedad.

La de los suizos era una de las muchas formas que utilizaban los jefes de sicarios de Pablo Escobar para llevar a cabo sus objetivos sin mancharse las manos de sangre, sin tener que apretar el gatillo, cuando las condiciones del atentado se tornaran difíciles.
En varios de los atentados que cobraron la vida de dirigentes políticos, los matones de Escobar habían acudido a esta desalmada figura que tristemente hizo carrera como la de los suizos.

Suizo, invento paisa, es una derivación de la palabra «suicida», acomodada a los jovencitos hambrientos que harían cualquier cosa por conseguir dinero, para comprarle una casa a la mamá o algún electrodoméstico que les aliviara las cargas domésticas. En algunos casos sabían de antemano que morirían en el intento, y por eso exigían la mitad del pago por anticipado antes de ejecutar el trabajo.

Otras veces eran engañados por los reclutadores, que los convencían diciéndoles que se trataba de vueltas fáciles y con pocos riesgos, o que contarían con el apoyo de otros sicarios si encontraban dificultades en el camino.

Así se lo hicieron saber, por ejemplo, a Jerry, un niño de 17 años al que le dieron un arma para que asesinara a un candidato presidencial en el interior de un avión,  concidencialmente de la misma empresa de aviación.

En este caso, a Jerry le aseguraron que dos hombres irían con él cubriéndole la espalda, para ayudarlo a huir una vez cumplido el trabajo. Pero no fue así. Cuando apretó el gatillo de la 9 mm contra la humanidad del dirigente de izquierda Carlos Pizarro, el supuesto compañero que le habían enviado para apoyarlo lo asesinó para borrar cualquier vestigio.

Lo mismo hicieron con el terrorista que llevó un carro cargado con explosivos para volarlo en el periódico El Espectador de Bogotá. Lo convencieron de que, una vez estacionado el vehículo, sólo debía accionar el freno de aire y salir corriendo. Le aseguraron que tendría entre cinco y siete minutos para huir, pero tan pronto activó el supuesto freno, el carro voló en mil pedazos, con él adentro.

Y, claro está, el atentado al avión de Avianca no sería la excepción. También iban a engañar al terrorista. Cuando su amigo del barrio Zamora lo llevó hasta donde Uzma, éste le explicó que necesitaban de sus servicios para hacer una grabación en el interior de la aeronave, supuestamente a unos políticos enemigos del Patrón que viajarían allí.

Los detalles del plan se ultimaron en una casa de la loma El Esmeraldal de Medellín, adonde llevaron al suizo para explicarle lo que debía hacer. Ya entonces Uzma había decidido que el explosivo sería introducido en un maletín, similar al que utilizan los ejecutivos de las empresas. Negro, que combinara perfectamente con el vestido de paño oscuro que le compraron al muchacho, para que se subiera al avión sin despertar sospechas y no fuera objeto de una excesiva requisa, o de un cuestionario antes de abordar.

En esa casa de El Esmeraldal solían reunirse jefes y sicarios de Pablo Escobar a planificar los atentados terroristas y los homicidios. De allí salían las órdenes y llegaban los mensajes del Patrón. Muchas veces Pablo los mandaba a llamar, y entonces el grupo se iba hasta una de las fincas de Envigado donde él les daba instrucciones de forma directa y personal.

El Combo, le llamaban a este grupo de asesinos de confianza del capo, al que pertenecían los mejores en cada especialidad. Había explosivistas, ladrones de carros, armadores de caletas y expertos en alistar carros bomba, en conseguir armas, y los sicarios con mayor destreza en el manejo de pistolas automáticas y que hubieran sobresalido por su puntería a la hora de disparar desde una motocicleta en movimiento.

Chopo, Arete, Carlos Chocao, el Negro, eran los alias de cuatro de los más temibles del Combo que acostumbraban reunirse en El Esmeraldal. Un político muy importante de Bogotá les enviaba los datos necesarios sobre los movimientos de las posibles víctimas, especialmente cuando se trataba de funcionarios del gobierno o de personalidades de la vida nacional que vivían en la capital del país. Por eso, confiaban tanto en la información acerca de que el avión sería abordado por los personajes que tanto trasnochaban a Pablo Escobar.

En la casa le explicaron al suizo que una grabadora de audio ya había sido acondicionada en el interior del maletín, y le enseñaron a activarla con el simple movimiento de un interruptor. «Cuando yo le diga, usted la pone a grabar», le explicó Uzma, quien, para darle más confianza, le aseguró que estaría con él durante el viaje, a su lado, en la silla contigua.

Eso sí, Uzma siempre insistió en que debía ponerla a funcionar únicamente cuando el avión hubiera ganado buena altura, antes no. «Cuando vos veás que vamos altos, zas, la ponés a grabar, porque si lo hacés antes, la grabadora interfiere con las comunicaciones internas del avión y te hacen bajar». El muchachito entendió la advertencia, emocionado no sólo porque sería su primer trabajo grande para Pablo Escobar, sino porque del resutado de esta tarea dependía su ingreso definitivo al Combo. La exaltación crecía en su corazón al pensar que sería su primer viaje en un avión.

Y todo salió a la perfección. Al joven lo disfrazaron de ejecutivo, le dieron los tiquetes, la cédula falsa, dinero para viajar por tierra hasta Bogotá y hospedarse en un hotel del centro de la ciudad la noche anterior al ataque. El maletín le sería entregado minutos antes de subir al aparato, pues Uzma temía que el suizo sintiera curiosidad, lo abriera y descubriera que, en vez de grabadora, lo que llevaría era una bomba que mataría a 107 personas.

Aparentemente Darío Uzma arregló otros detalles con anterioridad, pues no de otra manera se explica la facilidad con la que ingresaron el maletín a la aeronave, sin requisas y sin mayores controles por parte de las autoridades encargadas del filtro de ingreso y de los equipos de rayos x que se ubican en las puertas de los terminales aéreos.
Uzma y el suizo entraron sin problemas y, según sospechas de los investigadores, se acomodaron en las sillas 18a y 18k, en la zona intermedia, encima de uno de los tanques de combustible del hk 1803.

Cuando el vuelo estaba casi listo y los pasajeros en su mayoría habían abordado el avión, Uzma volvió a recitarle una por una las instrucciones a su compañero de viaje; incluso, al azar, señaló a tres robustos pasajeros de la otra fila y le explicó que a ellos era a quienes debía grabar. Calculó el tiempo, y justo cuando una de las azafatas anunciaba que el vuelo quedaría cerrado, Uzma activó un beeper que portaba en la correa del pantalón, y con cara de resignación, le notificó al muchacho que debía regresar de urgencia a Medellín por instrucciones del Patrón, pero que los planes seguían intactos, que siguiera el viaje solo y que él lo recogería en la noche, cuando regresara de Cali, para llevarlo de nuevo a Medellín. Se bajó.

Desde el mismo aeropuerto Eldorado, Uzma pudo observar cuando el avión tomó rumbo hacia el sur de la ciudad, surcando el cielo en dirección a un destino al que jamás habría de llegar. Sintió alegría y satisfacción. Pensó en su Patrón y, claro está, en el millón de dólares que se acababa de ganar.

Darío Uzma regresó a Medellín por vía terrestre y esa noche durmió tranquilo. Al otro día, según lo convenido, se reuniría con otro de los jefes de confianza de Pablo Escobar, a quien el capo ya le había dado indicaciones para recoger el millón de dólares de una de las tantas caletas que mantenía repletas de billetes en casas y apartamentos de diferentes barrios de la ciudad.

Pero alguien todavía más tramposo, sagaz y malo que Uzma ya tenía planes muy diferentes para él. Tres días después, Uzma sólo recibió 100.000 dólares del millón acordado, con la promesa de que más tarde, quizás en semanas, el resto le sería entregado por un emisario del cartel.

Aunque entre las víctimas no figuraron los hermanos Rodríguez ni César Gaviria, el atentado terrorista había causado otros efectos que Pablo agradeció. Por ejemplo, fortaleció su imagen de hombre fuerte y dispuesto a todo, y la gente en la calle empezaba a pedir un tratamiento jurídico más benévolo con él, si de esa manera se terminaba la guerra fratricida que ya dejaba cientos y cientos de víctimas inocentes. Pablo había dado muestras de estar satisfecho con la gestión de Uzma.

Por eso Uzma esperó tranquilo y confiado. Si algo había aprendido en este mundo del hampa organizada, era ver al Patrón como un hombre de palabra: que lo que prometía lo cumplía sin ninguna vacilación.

En el cartel, las palabras de Pablo eran recibidas como decretos que no admitían reposición. Una orden suya se regaba como pólvora en Medellín, y de inmediato las veinte «oficinas de cobro» se disponían a trabajar en esa dirección. La que primero comenzara el trabajo, se ganaba la gran bonificación.

Eso explica que varios crímenes se cumplieron años después de haber salido la orden de boca de Escobar, cuando ya ni siquiera el capo se acordaba del asunto. El ministro de Justicia Enrique Low Murtra, un jurista bonachón y amigable, murió acribillado a bala en una calle del centro de Bogotá, muchos años después de haber dejado el cargo desde el cual autorizó la extradición de Escobar y el resto de jefes del cartel. Ya nadie se acordaba del doctor Low Murtra, que en esa época, desprovisto de cualquier temor, caminaba por las calles al regresar de dictar sus clases nocturnas de derecho penal en una universidad. Pero su cabeza ya tenía precio desde tiempo atrás, y el capo ya lo había pagado.

Uzma cumplió su misión a cabalidad, sin dejar un solo rastro. Tenía claro, eso sí, que no fue culpa suya que los enemigos del Patrón no hubieran abordado el avión o que se arrepintieran a última hora de viajar. El jefe ya estaría averiguando eso; seguramente, ya habría ordenado investigar esos detalles, porque lo cierto es que las labores previas de inteligencia habían fallado, o la información se había filtrado hasta llegar a oídos de los narcos caleños. Pero nada de eso tenía por qué preocupar a Uzma, que sólo esperaba el dinero pendiente.

Pasaron las semanas y el saldo no llegó. Decidió entonces acudir a la fuente de información, ir directamente adonde el hombre encargado por Pablo de pagar todo el plan criminal. Y fue cuando Uzma descubrió que su dinero estaba más embolatado de lo que temía. Le respondieron con un «no» rotundo, sin más explicación. Pero antes que rendirse, decidido a todo, envió un mensaje de reclamo a Pablo para que éste recriminara al jefe y lo obligara a pagar. Sin proponérselo, con esos reclamos estaba firmando su propia condena de muerte.

A una famosa discoteca de Medellín en la que solían reunirse los sicarios del cartel a celebrar sus golpes, a beber y a derrochar dinero a manotadas con lindas mujeres, llegó Uzma una noche a contar el motivo de su frustración. Que Pablo ya estaba enterado del robo, que iba a luchar hasta el final por recuperar todo el dinero, que esto y que lo otro. Y, en un tono que sonó un tanto amenazante, hasta llegó a hablar de cobrar de otra manera si las cosas no se solucionaban de forma civilizada.

No estaba en su día el temible Uzma. Abrió la boca en el lugar equivocado, a la hora equivocada y delante de la persona equivocada: un hombre que creía su mejor amigo, su parce, el de más confianza. Y no contaba Uzma con que su amigo era más amigo aún del jefe que se había quedado con su dinero.

Las lealtades en la mafia suben y bajan con el precio del dólar. El que tiene más poder, tiene más plata. Y era evidente quién pesaba más en el cartel, quién era más allegado al Patrón. El amigo con quien departía en la mesa lo escuchó con atención, sin interrumpir, y en una supuesta visita al baño, telefoneó al hombre del dinero para ponerlo al tanto de las palabras de Uzma y de sus intenciones de delatarlo ante el Patrón. Al otro lado de la línea, se alcanzó a escuchar la orden de asesinarlo de inmediato. Un escuadrón de sicarios preparó el ataque esa misma noche, aprovechando que el resentido Uzma estaba pasado de tragos. Todo se planeó y ejecutó en cuestión de horas. Tres hombres llegaron hasta su mesa y, delante de todos los presentes que gozaban de la rumba del lugar, lo acribillaron sin piedad. Recibió casi toda la descarga en el estómago, pero no murió.

Cuando los sicarios ya no estaban en el sitio, un moribundo Uzma se paró como pudo y salió de la discoteca para salvar su vida en una clínica de la ciudad. Eso sí, nunca más pudo caminar. Quedó postrado en una silla de ruedas y prácticamente se apartó de las actividades del cartel. Pensaría que se salvó.

Cinco meses más tarde, cuando terminaba de almorzar con su familia, en una casa del barrio Fátima de Medellín, otro de sus amigos del cartel llamó a la puerta y Uzma lo hizo seguir. El hombre subió las escaleras hasta el segundo piso, lo saludó y le declaró su solidaridad. Se despidió con un fuerte abrazo y, al salir, dejó abierta a propósito la puerta de la calle; y por ahí, sólo unos segundos más tarde, dos sicarios entraron sigilosos, silenciosos, y terminaron la tarea que habían dejado inconclusa en la discoteca de Medellín. Esta vez sí. Uzma murió en el acto, sobre la misma silla de ruedas en la que se movilizaba. Lo traicionó su mejor amigo en el cartel, así como él traicionó al flaco, como cariñosamente le decía al suizo que contrató para volar el HK 1803 de Avianca esa mañana del 27 de noviembre de 1989

miércoles, 15 de agosto de 2012

15 AÑOS DESPUES DE LA MUERTE DE GONZALO RODRIGUEZ GACHA

ARTICULO DEL COLOMBIANO

Bogotá.
- Este 15 de diciembre se cumplen 15 años de la muerte del jefe del cartel de Medellín y socio de Pablo Escobar Gaviria, alias El Mexicano.

 - "Confirmado mi general, Gonzalo Rodríguez Gacha fue dado de baja", dijo uno de los oficiales de la Policía que participó en el operativo en Sucre.
Eran las 11 de la mañana del jueves 14 de diciembre de 1989. Hombres de la Fuerza Elite de la Policía recibieron orden directa de su director, el General Miguel Antonio Gómez Padilla, para seguir a siete sujetos que se encontraban en la costa Atlántica. Uno de ellos era considerado el hombre más buscado por la justicia colombiana y del mundo en ese momento.
 El general Octavio Vargas Silva, comandante operativo de la Policía, se desplazó a Cartagena y dio la voz de alerta a la central en Bogotá: José Gonzalo Rodríguez Gacha, El Mexicano, estaba en la mira del grupo que lo perseguía.
 La alerta se extendió entre los altos mandos de la institución y del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Ese mismo día, en mitad de una ceremonia policial, una serie de llamadas telefónicas y conversaciones discretas comenzaron a circular en la tarima de honor. Sin embargo, todo fue secreto hasta la medianoche del 16 de diciembre, momento en que el presidente de la República, Virgilo Barco, y los jefes de los organismos de inteligencia se enteraron que se había iniciado la persecución en firme de Gonzalo Rodríguez Gacha.
Momentos de tensión
A la una de la tarde, el general Gómez Padilla le comentó los pormenores del operativo de inteligencia al general Miguel Maza Márquez, director del DAS, y cuyas oficinas, hacía 10 días, habían sido golpeadas con la detonación de un bus cargado de dinamita que dejó 70 personas y la destrucción total de su sede.
Al terminar la charla, el operador de radio del centro de inteligencia del Ministerio de Defensa recibió instrucciones precisas para que se comunicara con el general Vargas Silva, pero los intentos fueron infructuosos durante los primeros minutos. Se hizo un puente con Medellín y el rumor sobre el descubrimiento de uno de los hombres más buscados del país tomaba fuerza.
Rápidamente, el general Maza salió de la oficina a su encuentro con el presidente Barco, se subieron al mismo vehículo, pero en ningún momento le comentó algo al respecto.  Después de despedirse del Primer Mandatario, el director del DAS llamó al general Gómez Padilla y concretaron pormenores sobre la acción a seguir en el sitio donde se encontraba el blanco.
"Tengo la corazonada de algo bueno para el país", dijo Maza Márquez, razón por la cual decidió conversar con el director de la Policía y en la noche con el presidente Barco.  A las ocho de la mañana del 15 de diciembre la Fuerza Elite montó un extenso operativo entre Tolú y Coveñas en el departamento de Sucre, las acciones se iniciaron entre los balnearios de estos municipios más exactamente. Las autoridades impidieron el tránsito de vehículos y acordonaron el área de manera inusual. Una hora después la hacienda Tolugas fue el objetivo.
 El general Gómez Padilla dijo que se dio un golpe de mano, en el cual se utilizaron todos los medios. La sorpresa fue total para %¬El Mexicano%¬ y sus hombres. El operativo fue simultáneo. Los primeros agentes fueron recibidos a bala por los escoltas del capo. El intercambio de disparos duró cerca de 35 minutos, hasta cuando la Fuerza Elite se tomó la casa principal por asalto.
 El primer reporte por radio lo recibió el subdirector de la policía, general Carlos Arturo Casadiego Torrado, a las 11 de la mañana en Bogotá. Fue confuso. No se sabía con exactitud si el hombre clave había sido capturado o estaba muerto. Los minutos fueron angustiosos. Una llamada de Palacio preocupó al oficial, quien a esa hora ordenaba por radio ante el viaje inesperado del general Gómez Padilla a Cali.
 Los siete fugitivos, percatados de la presencia de la Policía, en principio comenzaron a huir desde el amanecer del viernes en un yate hacia Coveñas. Después, abordaron un camión y se desplazaron por la carretera paralela al mar hacia Tolú.
El gope de gracia
A la 1:45 de la tarde de ese viernes 15 de diciembre de 1989 en esa misma vía que comunica a Tolú con Sincelejo, la Policía inició un espectacular seguimiento como se le denominó en su momento. Un grupo de helicópteros artillados comenzó a disparar sobre el camión donde se transportaba el hombre clave de las autoridades.
 Este hombre abandonó el vehículo, intentó regresar para no enfrentar un retén que pocos metros adelante tenía el Ejército, y creyó encontrarse una salida en un área boscosa que está detrás de la finca La Lucha, una muela de la hacienda Tordecillas, en la cual la Policía había capturado dos meses atrás a otro extraditable, Eduardo Martínez, actualmente preso en Estados Unidos.
 El capo y sus guardaespaldas abrieron fuego con subametralladoras y otras armas. Hubo un intenso tiroteo, el helicóptero artillado de la Policía respondió el ataque junto con una unidad en tierra que apoyaba la operación aérea. Rodríguez Gacha y sus hombre también utilizaron granadas para enfrentar la acción de la Policía mientras huía por un platanal. Al final cayó muerto.
Desde Cali, el general Gómez Padilla recibió la noticia: "confirmado mi general, El Mexicano, fue dado de baja". Hubo unos largos segundos de silencio. "Se acaba de morir la cabeza del organismo terrorista más contundente que hay en Colombia. Sin la cabeza lo que sigue es mucho más fácil", dijo Maza Márquez al anunciar al país los resultados de la operación.
 Junto con Rodríguez Gacha murió su hijo Fredy Gonzalo Rodríguez Celades, y cinco de sus guardaespaldas. Según informe de la policía, el operativo se inició cuando fue dejado en libertad el joven hijo del narcotraficante, quien había sido capturado en una de sus fincas en Pacho, Cundinamarca, bajo la sindicación de porte ilegal de armas.
 Quince años después, del capo sólo quedan los recuerdos. Su organización fue desvertebrada y su fortuna es hoy la esperanza de muchos campesinos sin tierra al ser expropiada por la justicia.


Con la agencia Colprensa

PABLO EMILIO ESCOBAR GAVRIA LA LEYENDA


Le llamaban 'mataniños'. Asesinó a más de 10.000 personas, desde jueces hasta ministros. Llegó a derribar un avión con 107 pasajeros. Asaltó el Palacio de Justicia. Declaró la guerra al Estado colombiano y puso al país de rodillas. Amasó la séptima mayor fortuna del mundo. Su clan producía 20 toneladas de coca al mes. El 'narco' más famoso de la historia vuelve a la actualidad a los 14 años de su muerte. Un nuevo libro, 'The memory of Pablo Escobar', que adelanta EPS, desvela aspectos desconocidos de su biografía y muestra imágenes inéditas y escalofriantes.

MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO 16/09/2007
ELPAIS.COM
Francisco Flores e Irene Gaviria, la primera pareja que recibió una casa en el barrio Pablo Escobar de Medellín, esperan seguir vivos cuando su benefactor regrese para entregar a todos los moradores los electrodomésticos que prometió en 1984, año de construcción de la barriada. Los Flores, septuagenarios, tienen la foto de Escobar entre las de sus hijos y las estampitas de vírgenes y cristos, como otros habitantes del suburbio que también aguardan la vuelta del mesías y le rezan ante hornacinas saturadas de velas.
El narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria (1949-1993) sigue vivo en el imaginario popular. Tanto que, dice la leyenda, tuvo cinco muertes; cinco posibles finales a elegir según los gustos, la adhesión o la inquina: la dormición del mesías, como creen los Flores; el tiro de gracia de francotiradores estadounidenses del Delta Force, como sostienen algunos familiares; la huida a un paraíso caribeño, donde seguiría vivo, disfrutando de su fortuna; el suicidio orgulloso de quien no se doblega, o la muerte más prosaica, y real, que figura en su partida de defunción. ¿Demasiadas muertes Puede que no tantas para un personaje que vivió deprisa y murió joven, dejando un cadáver como los que él rubricaba: reventado por un tiro, seco.
Catorce años después, y con un par de procesos judiciales recientes, la figura de Escobar sigue dando que hablar. El libro The memory of Pablo Escobar, de James Mollison, se suma a la veintena de obras existentes sobre El Patrón, su alias favorito. Pero el de Mollison aporta una novedad: es también un recorrido fotográfico por la vida del narco, de cuya trayectoria no existían demasiadas instantáneas.
Gracias a una coincidencia, el hallazgo de una bolsa llena de imágenes de El Patrón, y a los testimonios de quienes le trataron a un lado y otro de la ley, The memory of Pablo Escobar es un volumen antológico. El libro desgrana anécdotas como las reprimendas de su madre, con la que mantuvo una relación casi edípica; los cigarrillos de marihuana que fumaba a escondidas para relajarse, o el catálogo de prostitutas con que solazaba sus periodos de reclusión. También los asesinatos asépticos o la tortura practicada en enemigos especiales, o los partidos de fútbol con René Higuita, el internacional colombiano, en la cancha de la cárcel. O su asistencia a la toma de posesión de Felipe González como presidente del Gobierno español en 1982, como honorable congresista colombiano.
¿Qué distancia media entre el benefactor o el político y el enemigo público número uno ¿Cuáles son las diferencias irreconciliables entre esas facetas ¿Hay alguna forma de explicar de una vez por todas, sin fisuras, quién fue Pablo Escobar James Mollison lo intenta.
LAS FOTOS DE PABLO. En 2002, Mollison, fotógrafo de la revista Colors, asiste en Medellín a la boda de un amigo. Quiere aprovechar la visita y fotografiar algunas cárceles para la revista, pero en su propósito se cruza la narcotectura, como se denomina al legado arquitectónico salido de las fortunas del narcotráfico: mansiones de nuevo rico, extravagantes boîtes o bloques de hormigón rodeados de verjas, con piscinas privadas en los balcones. Mollison se detiene un día ante el edificio Mónaco, una de las moradas de Pablo Escobar en la ciudad (y actual sede de la Fiscalía, detalle que el extranjero desconocía). Cámara en ristre ante un edificio oficial, Mollison es inmediatamente detenido y llevado ante el fiscal. Una vez aclarado el equívoco, éste le explica que el despacho en que se encuentran había sido el dormitorio de Escobar, y que algunos de los muebles de la habitación, como un viejo sofá de piel, son los originales. "Tengo una bolsa llena de fotografías de Pablo Escobar. ¿Quiere verlas", pregunta el fiscal a Mollison. "Fotografías de pistolas, de juguetes eróticos, de escondites y teléfonos, pero también imágenes de Pablo con su familia, de su banda jugando al fútbol o bebiendo en la disco de la prisión, o de sus pantuflas de Mickey Mouse", cuenta un Mollison perplejo ante el descubrimiento. "Quise juntar todas las piezas y contar la historia de Escobar a través de las fotografías", añade, no sin constatar que a cada contradicción que detecta responde una paradoja, igual que contra cada testimonio recogido se alza "una versión diametralmente opuesta" de otro interlocutor. Como en una sucesión de espejos invertidos, la biografía de Escobar avanza a trompicones como la realización de un gigantesco puzzle.
El inicio del hombre. La fotografía de su primera ficha policial, de 1976 inédita hasta 1983, le muestra como un joven confiado y un punto hortera: con mostacho incipiente y camisa de flores, sobrepeso y la mirada ni especialmente ufana ni contrita. El que enseguida llegaría a ser enemigo público de Colombia y número uno de la lista de los más buscados por el FBI se retrataba ante la policía como responsable de un delito contra la salud pública: un pequeño alijo de cocaína. Ese mismo año, Pablo se casa con Victoria Henao, Tata, una colegiala de 15 años.
Pero el primer Escobar público es el que aparece en las fotografías de Iván Restrepo, del diario El Tiempo: los balbuceos de un candidato al Congreso en enero de 1982. Escobar lidera una campaña denominada Medellín sin Tugurios, durante la que organiza actos benéficos, 800 partidos de fútbol y corridas de toros para cosechar voluntades. Es un momento dulce, y el prólogo de su debú como filántropo y constructor de un barrio de viviendas sociales para 400 familias pobres, que se entregan en mayo de 1984.
Pero, en paralelo, El Patrón amasaba una fortuna traficando con cocaína, un producto que, está convencido, acabará vendiendo legalmente, bajo la marca Cocaína Escobar, cuando la droga se legalice. Son los años de gloria de un ecologista convencido que planta más de un millón de árboles en sus propiedades de Antioquia: según unos, por un desprendido impulso ambiental; en opinión de otros, "para que le sirvieran de protección frente a los helicópteros [de la policía] y le permitieran una huida rápida y segur".
Son tiempos también de extravagancias fomentadas por el flujo incesante de narcodólares. Escobar hace de la Hacienda Nápoles 3.000 hectáreas de terreno boscoso, mansiones de lujo, un helipuerto y dos pistas de aterrizaje el epicentro de su imperio. Había comprado la propiedad en 1979 por 63 millones de dólares; en los años de mayor impunidad, hacia 1983, la finca llegó a operar como un aeropuerto internacional "con tres o cuatro vuelos al día de aviones llenos de coca", recuerda El Profe, uno de sus amigos íntimos.
Pero el colmo de la excentricidad fue el zoológico de la hacienda, en el que reunió la mayor colección de aves en cautividad del país; también elefantes, jirafas, canguros, hipopótamos y rinocerontes. La génesis del zoo permite hacerse una idea del carácter desconocedor de límites de Pablo. Su primo menor, Jaime Gaviria, relata: "Los animales fueron descargados [del avión] y nos dijeron que había que llevarlos al zoo [de Medellín] a pasar la cuarentena. Pablo sólo dijo: 'De acuerdo, llévenselos'. Envió a su gente a comprar todos los patos, pollos y loros que pudieran encontrar y por la noche fuimos al zoo a rescatar los antílopes, las cacatúas, los cisnes negros europeos, el pato mandarín, los canguros, etcétera. A cambio, dejamos el producto nacional. Entonces, alguien reparó en las cebras. Cierto, ¿cómo das el cambiazo a una cebra Enseguida compramos cuatro mulos, y así, mientras las cebras verdaderas salían en un camión [hacia la hacienda], alguien se quedó toda la noche pintando los jumentos, antes de que los cuidadores [del zoo] se despertasen".
¿Gamberrada o desprecio a las normas La santa voluntad de Escobar se hacía tan patente como su facilidad de gatillo. "Plata o plomo [dinero o tiro]" era una de sus frases favoritas; a menudo, las penúltimas palabras que sus víctimas oían. "Los secuestros fueron la base de todos los crímenes de Escobar en Medellín; la droga no fue su business más importante, sólo el más rentable. Pero él secuestraba a gente, le pedía dinero y con frecuencia la mataba igualmente", declara el general Hugo Martínez.
Pero volvamos a su vida política, origen de muchos males posteriores. Ya elegido congresista como candidato de una escisión liberal de la que había sido expulsado poco antes de la votación, prosiguen sus compromisos sociales, y en abril de 1983 es proclamado pomposamente "Robin Hood de Antioquia" por la revista Semana, la más importante del país. Por entonces, un kilo de cocaína se paga a 80.000 dólares en Nueva York, y algo menos (50.000) en Miami. El aeropuerto de la hacienda y Tranquilandia, uno de los mayores talleres de procesado de pasta de coca capaz de generar hasta 20 toneladas al mes, funcionan a marchas forzadas.
Pero la ascensión de Pablo Escobar tenía las horas contadas. El periodista Guillermo Cano, dueño y editor del diario El Espectador, se atrevió a abrir el debate sobre el origen real de sus bienes, mientras subrayaba el negativo impacto que las actividades del narcotráfico tenían para la imagen de Colombia, a la sazón primer productor de coca del mundo. Los acontecimientos se precipitan: vienen años de plomo.
Guerra al estado. A raíz de las investigaciones del diario, el debate sobre el dinero del narcotráfico llega al Parlamento. A primeros de agosto de 1983, Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia, demuestra que la fortuna de Escobar no es trigo limpio; el 25 del mismo mes, El Espectador secunda la denuncia mostrando por vez primera su ficha policial de 1976. Que Lara Bonilla y Guillermo Cano fueran asesinados poco después estaba cantado, pero no tanto que la afrenta al capo acabara volviéndose contra el Estado. Pero así fue: con toda la furia del triunfador rechazado los colegios de pago se negaban a escolarizar a sus hijos, los clubes sociales no le aceptaban como miembro arremetió contra su país, que era tanto como hacerlo contra su madre, contra sus entrañas.
En ese periodo, la maquinaria de Escobar produce "de 4.000 a 5.000 kilos de cocaína al mes", y Medellín se convierte en la ciudad más violenta del mundo, con 1.698 asesinatos en 1985 y 3.500 al año siguiente. Algunos de ellos, ilustres: el 30 de abril de 1984 cae Lara Bonilla. Arrecian los movimientos legislativos para acelerar la extradición de narcos, y El Patrón decide dar otro paso al frente: el ataque al Palacio de Justicia.
El asalto, que iconográficamente recuerda el del Palacio de la Moneda de Santiago de Chile tanques, humaredas y helicópteros sobrevolando la escena, es el primer acto de un desafío al mundo. Un grupo de guerrilleros del M-19 perpetra materialmente el atentado el 6 de noviembre de 1985; pero Escobar es el autor intelectual, y quien lo financia con cinco millones de dólares. La acción cuesta la vida a 100 personas, entre ellas el presidente del Tribunal Supremo y 11 de sus jueces. Pero Pablo se sale con la suya y evita la extradición.
El asesinato de jueces se convirtió en una sangría. Combinado con el secuestro, acabó maniatando a la nación entera, cortándole la respiración. Lo dice Popeye, el único lugarteniente de Escobar aún con vida: "Un tío con un puñado de hombres como nosotros, en siete años puso al país de rodillas". Su siguiente objetivo fue El Espectador, a cuyo dueño mandó asesinar y cuya redacción destruyó con una bomba de 100 kilos de explosivos. Escobar no había perdonado el mal rato que el diario le había hecho pasar ante su madre el día que publicaron su ficha policial. Pese a que ordenó a sus secuaces que recorrieran la ciudad "y compraran todos los diarios disponibles", a Escobar la noticia le costó un tirón de orejas precedido por una imprecación enérgica, de esas que hacen dar un respingo a los críos: "¡Pablo! ¡Levántate! ¡Tengo que hablar contigo!", cuenta su hermana Luz María que dijo su madre.
El magnicidio de Luis Carlos Galán, candidato presidencial en las elecciones de 1990, fue otra vuelta de tuerca en su carrera criminal y un peldaño más en el descenso a los infiernos de Colombia. "La muerte que más afectó al país fue la del candidato Galán. Su asesinato cambió el curso de la historia", afirma Popeye. Como la percepción de la cocaína primero la apariencia de seducción, luego la trampa, así también cambió la noción que el país tenía de los narcos. En la investigación del asesinato, Gilberto Orejuela, uno de los más acerbos enemigos del líder del cartel de Medellín, dijo a la policía:"Pablo Escobar es un psicópata que sufre de megalomanía".
Amor a la familia. El álbum de fotos de Edgar Jiménez, El Chino, refleja infinidad de momentos de relax de Pablo Escobar durante los ochenta. El Chino, compañero de escuela, se convirtió en el fotógrafo personal de la familia, a la que inmortalizó en fiestas de cumpleaños, cenas de Navidad o en los bailes agarrados del matrimonio. La imagen del guerrero en reposo, sumido en los brazos de Tata o babeando con sus dos hijos, Juan Pablo y Manuela, no oculta, sin embargo, su ley. Abundan las historias sobre el final amargo de algunas de sus amantes, aspirantes a concursos de belleza o estrellas de televisión de poca monta, algunas de las cuales osaron plantearle la pregunta del millón: "¿Tata o yo". Pablo contestó a bocajarro a una amante llamada Sofía: "Tata, porque tú me conoces desde hace dos días, pero [ella] ha estado a mi lado en lo bueno y en lo malo". Otra, llamada Wendy Chavarriaga, corrió peor suerte. "Se quedó embarazada de Pablo, pese a que él le había dicho que tomara precauciones. Pero ella no lo hizo porque era una calculadora que quería una parte del botín. Cuando estaba encinta, Pablo le mandó a cuatro de sus hombres con un médico y éste le arrancó el niño. Lo sé porque después tuve que ejecutarla", cuenta Popeye a Mollison.
Así que el 'verraco' de Escobar daba salida a su exceso de testosterona, pero reservaba para Tata la sorpresa de un montón de rosas amarillas, capaces de ablandar a la mujer más fiera, la esposa al tanto de las infidelidades del marido. "Pero lo suyo fue una eterna historia de amor, una historia hermosísima. Uno de los líderes de esta terrible organización criminal tenía también un extraordinario lado humano", añade Popeye, panegírico.
Entre uno y otro ataque de mamitis, que cada 15 o 20 días le hacía enviar un coche en busca de doña Hermilda, Pablo se abría camino en el infierno. Su devoción por la familia no le impedía reservar para quienes le traicionaban el peor de los crímenes: la tortura y la mutilación de sus hijos pequeños, bebés algunos, delante de los horrorizados padres. O bien, al contrario, ordenaba a los hijos que asestasen el tiro de gracia a sus progenitores, previamente torturados por sus secuaces. Al hijo pequeño nueve o diez años de edad de uno de sus enemigos, le puso él mismo la pistola en la mano porque el hombre tardaba en morir. En otra ocasión, tras invitar a un guardaespaldas caído en desgracia a visitarle acompañado por su mujer y sus hijos, el mismo Escobar comenzó a matar, uno a uno, a los niños: un bebé de meses y dos chavales. Luego disparó a la mujer. El guardaespaldas fue el último.
La hora final. El canto del cisne de su carrera se inicia con la guerra entre los carteles de Medellín y Cali. Un bombazo en el edificio Mónaco causó graves secuelas auditivas a su hija. Sus intentos de aniquilar al general Miguel Maza, el sabueso en jefe de la DAS (la policía secreta), provocaron más devastación: en el atentado contra la sede de la DAS hubo 89 muertos. La ciudad seguía pulverizando récords: el año 1991, 7.081 personas fueron asesinadas.
Es la etapa del coche bomba, del autobús cargado de explosivos que se lleva todo por delante. "Sus amigos pronto comprendieron el papel que las bombas iban a desempeñar en su declive. Había caído en la trampa del terrorismo", cuenta El Profe. El 27 de noviembre de 1989, una bomba mata a 107 pasajeros del vuelo HK1803 de Avianca, en el que Escobar creía que viajaba el candidato presidencial César Gaviria.
Tras la victoria de éste en las elecciones de 1990, Escobar se confiesa al sacerdote Rafael García. No parece haber salida, pues el nuevo presidente es un cruzado de la extradición. Durante un año, su equipo de abogados negocia las condiciones de su entrega con el ministro de Justicia. "Escobar ofreció al Gobierno su propia granja, La Catedral, para que instalaran allí la prisión donde quedaría recluido [en cursiva en el original]. El Gobierno aceptó que confesase los crímenes que quisiera, y él asumió que había colaborado en la exportación de 20 kilos de cocaína, pero de manera indirecta". El Gobierno le consideraba implicado en casos más importantes, como los asesinatos de Luis Carlos Galán y Guillermo Cano, pero asintió no tenía más opciones, y el 19 de junio de 1991, Pablo Escobar Gaviria entregaba su pistola Sig Sauer al procurador Carlos Arrieta: "Es un símbolo de mi deseo de someterme a la justicia", dijo, como en un guión de cartón piedra.
Enseguida se convirtió en un recluso de oro, rodeado de una guardia pretoriana fiel y con todas las comodidades que un preso o un hombre libre pudiera desear: piscina, discoteca, champán francés, restaurante abierto las 24 horas del día, muñecas hinchables y un manoseado catálogo de chicas ligeras de ropa; él encargaba directamente sardinas, chicas de 15 o 16 años, o shows lésbicos con vibradores. También había campo de fútbol, al que acudían a jugar los tres equipos de Medellín. Pablo, más protegido que encerrado, reconstruía mientras su imperio y seguía masacrando enemigos y repartía generosos sobornos entre los policías que se encargaban de la seguridad exterior de la finca.
A través de una carta anónima, el Gobierno tiene conocimiento de los privilegios que disfrutan los 12 internos y de que la maquinaria criminal del clan Escobar sigue en marcha. Pablo planea la fuga para evitar ser trasladado a una prisión de máxima seguridad. En julio de 1992, el pájaro deja el nido, pese al destacamento de 400 policías en torno a La Catedral. Pero como el ratón ante el gato, nada más escapar reanuda su contacto con la Administración para negociar otra rendición. Esta vez recibe una respuesta negativa. "No, no, no. Nada de pactos esta vez. Vamos a matarlo", se oyó decir en el despacho presidencial, según el libro de Mollison.
Pablo Escobar está solo, oculto en algún lugar de Medellín. Vetustos sistemas de telecomunicaciones zapatófonos de varios quintales de peso, tipo maletín permiten al capo mantenerse en contacto con su familia, y, gracias a un cruce de líneas, Escobar ofrece flanco. Hugo Martínez, responsable del Bloque de Búsqueda unidad de élite creada en 1989 para capturarle, ha vivido a diario durante tres años el suplicio de Tántalo: cuando parece estar a punto de alcanzarle, el prófugo se esfuma y él se queda con la miel en los labios. Pero, tras más de 14.000 intentos frustrados, y por culpa de unas llamadas telefónicas a su familia, Escobar se coloca él solo en el disparadero.
Comienza el mes de diciembre de 1993. Pablo Escobar, por el que la justicia colombiana ofrece una recompensa de 1.000 millones de pesos (millón y medio de dólares de la época), está inquieto por la extradición de ida y vuelta de su familia, que vuela a Alemania en busca de asilo político, pero es devuelta en el acto a Colombia. ¿Trampa ¿Un señuelo para hacerle salir de la madriguera El día 1 de diciembre celebra su 44º cumpleaños en la soledad de su escondite. Esa tarde habla con su mujer por teléfono durante un buen rato, más de los dos minutos a que se ciñe siempre para evitar que la llamada sea localizada. Lo hace en marcha, a bordo de un taxi, para que los sistemas de detección del Bloque no puedan triangular la señal. Al día siguiente, 2 de diciembre, vuelve a llamar a su familia varias veces, pero en esta ocasión no desde el taxi, sino desde su escondrijo, que los policías sitúan en un vulgar edificio de dos pisos de un barrio de clase media de Medellín. La última llamada, a las 14.56, le entretiene hablando con su hijo. Fuerzas especiales de la policía rodean el inmueble, en Carrera, 79-A.
Las contradicciones aún persisten sobre las circunstancias de su muerte, pero lo único cierto es el tiro categórico, mortal de necesidad, que le atraviesa el cráneo de oreja a oreja. Al verse rodeado, Pablo intenta escapar por el patio, pero cae abatido sobre el tejado, con tres impactos de bala en su cuerpo: uno en la pierna, otro en el hombro y otro más, el definitivo, con orificio de entrada y salida frontolateral en la cabeza. Su cadáver, exangüe, con barba a lo Che, es sometido a autopsia, a la que asisten su hermana Luz María y la viuda de su lugarteniente Limón, que cayó con él en el asalto. Su presencia en la mesa de autopsias no basta para que las interpretaciones sobre la muerte proliferen; Luz lanza la hipótesis del suicidio. La leyenda empieza un segundo después de que el suceso sea hecho público con esta declaración del policía Hugo Aguilar: "Larga vida a Colombia, Pablo Escobar ha muerto".
LA RESACA. Tras un entierro multitudinario, que dio aún más pábulo a las distintas versiones sobre su muerte, el imperio Escobar se fue a pique: sus posesiones fueron pasto de cazatesoros convencidos de que bajo los baldosines había millones. La Hacienda Nápoles, otrora "paraíso exótico y sorprendente de los animales", según Popeye, fue rápidamente engullida por la selva y abandonada por sus moradores, salvo la manada de 16 hipopótamos que pronto se adueñó del lugar y protagonizó un intento de fuga río arriba que hizo las delicias de la prensa. El mataniños, el monstruo responsable de más de 10.000 asesinatos, dejaba vía libre a otros narcos puede que tan sanguinarios como él, pero también más taimados. Y a la guerrilla, los paramilitares, la guerra aún más sucia
Pero no todo era ruina. Su leyenda engordaba en los suburbios de Medellín y su imagen alimentaba interpretaciones artísticas, trasuntos del imaginario popular que le mostraban como un Corazón de Jesús con túnica de camuflaje y granada en el pecho, o como uno de los héroes del siglo XX, junto a Lady Di y Gardel.
En octubre de 2006 murió su madre, y los restos del capo fueron exhumados para hacer sitio al cadáver. En el cráneo de Pablo aún resultaba visible el orificio de la bala del Colt
R-15; su barba se conservaba intacta. Y como corresponde a alguien tan explosivo como Escobar, tras la exhumación estalló una nueva bomba, retardada: la hostilidad entre distintas partes de la familia. "Su hijo Juan Pablo acusó a unos tíos de haber arrancado tres dientes a su padre para venderlos al mejor postor. Otro de sus hermanos negoció la venta a la televisión de una cinta que registraba la exhumación; otro familiar, en fin, habría andado en tratos con un productor de Hollywood para vender la historia", se lee en el libro. Morbo para programas rosas, quién sabe si ésa era la resurrección que esperaban los Flores. O, al contrario, la puntilla definitiva a una muerte anunciada. El final de quien, parafraseando el título de las memorias de García Márquez, tuvo que morir para contarlo.