Le llamaban 'mataniños'. Asesinó a más de 10.000 personas, desde jueces hasta ministros. Llegó a derribar un avión con 107 pasajeros. Asaltó el Palacio de Justicia. Declaró la guerra al Estado colombiano y puso al país de rodillas. Amasó la séptima mayor fortuna del mundo. Su clan producía 20 toneladas de coca al mes. El 'narco' más famoso de la historia vuelve a la actualidad a los 14 años de su muerte. Un nuevo libro, 'The memory of Pablo Escobar', que adelanta EPS, desvela aspectos desconocidos de su biografía y muestra imágenes inéditas y escalofriantes.
MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO 16/09/2007
ELPAIS.COM
Francisco Flores e Irene Gaviria, la primera pareja que recibió una casa en el barrio Pablo Escobar de Medellín, esperan seguir vivos cuando su benefactor regrese para entregar a todos los moradores los electrodomésticos que prometió en 1984, año de construcción de la barriada. Los Flores, septuagenarios, tienen la foto de Escobar entre las de sus hijos y las estampitas de vírgenes y cristos, como otros habitantes del suburbio que también aguardan la vuelta del mesías y le rezan ante hornacinas saturadas de velas.
El narcotraficante colombiano Pablo Escobar Gaviria (1949-1993) sigue vivo en el imaginario popular. Tanto que, dice la leyenda, tuvo cinco muertes; cinco posibles finales a elegir según los gustos, la adhesión o la inquina: la dormición del mesías, como creen los Flores; el tiro de gracia de francotiradores estadounidenses del Delta Force, como sostienen algunos familiares; la huida a un paraíso caribeño, donde seguiría vivo, disfrutando de su fortuna; el suicidio orgulloso de quien no se doblega, o la muerte más prosaica, y real, que figura en su partida de defunción. ¿Demasiadas muertes Puede que no tantas para un personaje que vivió deprisa y murió joven, dejando un cadáver como los que él rubricaba: reventado por un tiro, seco.
Catorce años después, y con un par de procesos judiciales recientes, la figura de Escobar sigue dando que hablar. El libro The memory of Pablo Escobar, de James Mollison, se suma a la veintena de obras existentes sobre El Patrón, su alias favorito. Pero el de Mollison aporta una novedad: es también un recorrido fotográfico por la vida del narco, de cuya trayectoria no existían demasiadas instantáneas.
Gracias a una coincidencia, el hallazgo de una bolsa llena de imágenes de El Patrón, y a los testimonios de quienes le trataron a un lado y otro de la ley, The memory of Pablo Escobar es un volumen antológico. El libro desgrana anécdotas como las reprimendas de su madre, con la que mantuvo una relación casi edípica; los cigarrillos de marihuana que fumaba a escondidas para relajarse, o el catálogo de prostitutas con que solazaba sus periodos de reclusión. También los asesinatos asépticos o la tortura practicada en enemigos especiales, o los partidos de fútbol con René Higuita, el internacional colombiano, en la cancha de la cárcel. O su asistencia a la toma de posesión de Felipe González como presidente del Gobierno español en 1982, como honorable congresista colombiano.
¿Qué distancia media entre el benefactor o el político y el enemigo público número uno ¿Cuáles son las diferencias irreconciliables entre esas facetas ¿Hay alguna forma de explicar de una vez por todas, sin fisuras, quién fue Pablo Escobar James Mollison lo intenta.
LAS FOTOS DE PABLO. En 2002, Mollison, fotógrafo de la revista Colors, asiste en Medellín a la boda de un amigo. Quiere aprovechar la visita y fotografiar algunas cárceles para la revista, pero en su propósito se cruza la narcotectura, como se denomina al legado arquitectónico salido de las fortunas del narcotráfico: mansiones de nuevo rico, extravagantes boîtes o bloques de hormigón rodeados de verjas, con piscinas privadas en los balcones. Mollison se detiene un día ante el edificio Mónaco, una de las moradas de Pablo Escobar en la ciudad (y actual sede de la Fiscalía, detalle que el extranjero desconocía). Cámara en ristre ante un edificio oficial, Mollison es inmediatamente detenido y llevado ante el fiscal. Una vez aclarado el equívoco, éste le explica que el despacho en que se encuentran había sido el dormitorio de Escobar, y que algunos de los muebles de la habitación, como un viejo sofá de piel, son los originales. "Tengo una bolsa llena de fotografías de Pablo Escobar. ¿Quiere verlas", pregunta el fiscal a Mollison. "Fotografías de pistolas, de juguetes eróticos, de escondites y teléfonos, pero también imágenes de Pablo con su familia, de su banda jugando al fútbol o bebiendo en la disco de la prisión, o de sus pantuflas de Mickey Mouse", cuenta un Mollison perplejo ante el descubrimiento. "Quise juntar todas las piezas y contar la historia de Escobar a través de las fotografías", añade, no sin constatar que a cada contradicción que detecta responde una paradoja, igual que contra cada testimonio recogido se alza "una versión diametralmente opuesta" de otro interlocutor. Como en una sucesión de espejos invertidos, la biografía de Escobar avanza a trompicones como la realización de un gigantesco puzzle.
El inicio del hombre. La fotografía de su primera ficha policial, de 1976 inédita hasta 1983, le muestra como un joven confiado y un punto hortera: con mostacho incipiente y camisa de flores, sobrepeso y la mirada ni especialmente ufana ni contrita. El que enseguida llegaría a ser enemigo público de Colombia y número uno de la lista de los más buscados por el FBI se retrataba ante la policía como responsable de un delito contra la salud pública: un pequeño alijo de cocaína. Ese mismo año, Pablo se casa con Victoria Henao, Tata, una colegiala de 15 años.
Pero el primer Escobar público es el que aparece en las fotografías de Iván Restrepo, del diario El Tiempo: los balbuceos de un candidato al Congreso en enero de 1982. Escobar lidera una campaña denominada Medellín sin Tugurios, durante la que organiza actos benéficos, 800 partidos de fútbol y corridas de toros para cosechar voluntades. Es un momento dulce, y el prólogo de su debú como filántropo y constructor de un barrio de viviendas sociales para 400 familias pobres, que se entregan en mayo de 1984.
Pero, en paralelo, El Patrón amasaba una fortuna traficando con cocaína, un producto que, está convencido, acabará vendiendo legalmente, bajo la marca Cocaína Escobar, cuando la droga se legalice. Son los años de gloria de un ecologista convencido que planta más de un millón de árboles en sus propiedades de Antioquia: según unos, por un desprendido impulso ambiental; en opinión de otros, "para que le sirvieran de protección frente a los helicópteros [de la policía] y le permitieran una huida rápida y segur".
Son tiempos también de extravagancias fomentadas por el flujo incesante de narcodólares. Escobar hace de la Hacienda Nápoles 3.000 hectáreas de terreno boscoso, mansiones de lujo, un helipuerto y dos pistas de aterrizaje el epicentro de su imperio. Había comprado la propiedad en 1979 por 63 millones de dólares; en los años de mayor impunidad, hacia 1983, la finca llegó a operar como un aeropuerto internacional "con tres o cuatro vuelos al día de aviones llenos de coca", recuerda El Profe, uno de sus amigos íntimos.
Pero el colmo de la excentricidad fue el zoológico de la hacienda, en el que reunió la mayor colección de aves en cautividad del país; también elefantes, jirafas, canguros, hipopótamos y rinocerontes. La génesis del zoo permite hacerse una idea del carácter desconocedor de límites de Pablo. Su primo menor, Jaime Gaviria, relata: "Los animales fueron descargados [del avión] y nos dijeron que había que llevarlos al zoo [de Medellín] a pasar la cuarentena. Pablo sólo dijo: 'De acuerdo, llévenselos'. Envió a su gente a comprar todos los patos, pollos y loros que pudieran encontrar y por la noche fuimos al zoo a rescatar los antílopes, las cacatúas, los cisnes negros europeos, el pato mandarín, los canguros, etcétera. A cambio, dejamos el producto nacional. Entonces, alguien reparó en las cebras. Cierto, ¿cómo das el cambiazo a una cebra Enseguida compramos cuatro mulos, y así, mientras las cebras verdaderas salían en un camión [hacia la hacienda], alguien se quedó toda la noche pintando los jumentos, antes de que los cuidadores [del zoo] se despertasen".
¿Gamberrada o desprecio a las normas La santa voluntad de Escobar se hacía tan patente como su facilidad de gatillo. "Plata o plomo [dinero o tiro]" era una de sus frases favoritas; a menudo, las penúltimas palabras que sus víctimas oían. "Los secuestros fueron la base de todos los crímenes de Escobar en Medellín; la droga no fue su business más importante, sólo el más rentable. Pero él secuestraba a gente, le pedía dinero y con frecuencia la mataba igualmente", declara el general Hugo Martínez.
Pero volvamos a su vida política, origen de muchos males posteriores. Ya elegido congresista como candidato de una escisión liberal de la que había sido expulsado poco antes de la votación, prosiguen sus compromisos sociales, y en abril de 1983 es proclamado pomposamente "Robin Hood de Antioquia" por la revista Semana, la más importante del país. Por entonces, un kilo de cocaína se paga a 80.000 dólares en Nueva York, y algo menos (50.000) en Miami. El aeropuerto de la hacienda y Tranquilandia, uno de los mayores talleres de procesado de pasta de coca capaz de generar hasta 20 toneladas al mes, funcionan a marchas forzadas.
Pero la ascensión de Pablo Escobar tenía las horas contadas. El periodista Guillermo Cano, dueño y editor del diario El Espectador, se atrevió a abrir el debate sobre el origen real de sus bienes, mientras subrayaba el negativo impacto que las actividades del narcotráfico tenían para la imagen de Colombia, a la sazón primer productor de coca del mundo. Los acontecimientos se precipitan: vienen años de plomo.
Guerra al estado. A raíz de las investigaciones del diario, el debate sobre el dinero del narcotráfico llega al Parlamento. A primeros de agosto de 1983, Rodrigo Lara Bonilla, ministro de Justicia, demuestra que la fortuna de Escobar no es trigo limpio; el 25 del mismo mes, El Espectador secunda la denuncia mostrando por vez primera su ficha policial de 1976. Que Lara Bonilla y Guillermo Cano fueran asesinados poco después estaba cantado, pero no tanto que la afrenta al capo acabara volviéndose contra el Estado. Pero así fue: con toda la furia del triunfador rechazado los colegios de pago se negaban a escolarizar a sus hijos, los clubes sociales no le aceptaban como miembro arremetió contra su país, que era tanto como hacerlo contra su madre, contra sus entrañas.
En ese periodo, la maquinaria de Escobar produce "de 4.000 a 5.000 kilos de cocaína al mes", y Medellín se convierte en la ciudad más violenta del mundo, con 1.698 asesinatos en 1985 y 3.500 al año siguiente. Algunos de ellos, ilustres: el 30 de abril de 1984 cae Lara Bonilla. Arrecian los movimientos legislativos para acelerar la extradición de narcos, y El Patrón decide dar otro paso al frente: el ataque al Palacio de Justicia.
El asalto, que iconográficamente recuerda el del Palacio de la Moneda de Santiago de Chile tanques, humaredas y helicópteros sobrevolando la escena, es el primer acto de un desafío al mundo. Un grupo de guerrilleros del M-19 perpetra materialmente el atentado el 6 de noviembre de 1985; pero Escobar es el autor intelectual, y quien lo financia con cinco millones de dólares. La acción cuesta la vida a 100 personas, entre ellas el presidente del Tribunal Supremo y 11 de sus jueces. Pero Pablo se sale con la suya y evita la extradición.
El asesinato de jueces se convirtió en una sangría. Combinado con el secuestro, acabó maniatando a la nación entera, cortándole la respiración. Lo dice Popeye, el único lugarteniente de Escobar aún con vida: "Un tío con un puñado de hombres como nosotros, en siete años puso al país de rodillas". Su siguiente objetivo fue El Espectador, a cuyo dueño mandó asesinar y cuya redacción destruyó con una bomba de 100 kilos de explosivos. Escobar no había perdonado el mal rato que el diario le había hecho pasar ante su madre el día que publicaron su ficha policial. Pese a que ordenó a sus secuaces que recorrieran la ciudad "y compraran todos los diarios disponibles", a Escobar la noticia le costó un tirón de orejas precedido por una imprecación enérgica, de esas que hacen dar un respingo a los críos: "¡Pablo! ¡Levántate! ¡Tengo que hablar contigo!", cuenta su hermana Luz María que dijo su madre.
El magnicidio de Luis Carlos Galán, candidato presidencial en las elecciones de 1990, fue otra vuelta de tuerca en su carrera criminal y un peldaño más en el descenso a los infiernos de Colombia. "La muerte que más afectó al país fue la del candidato Galán. Su asesinato cambió el curso de la historia", afirma Popeye. Como la percepción de la cocaína primero la apariencia de seducción, luego la trampa, así también cambió la noción que el país tenía de los narcos. En la investigación del asesinato, Gilberto Orejuela, uno de los más acerbos enemigos del líder del cartel de Medellín, dijo a la policía:"Pablo Escobar es un psicópata que sufre de megalomanía".
Amor a la familia. El álbum de fotos de Edgar Jiménez, El Chino, refleja infinidad de momentos de relax de Pablo Escobar durante los ochenta. El Chino, compañero de escuela, se convirtió en el fotógrafo personal de la familia, a la que inmortalizó en fiestas de cumpleaños, cenas de Navidad o en los bailes agarrados del matrimonio. La imagen del guerrero en reposo, sumido en los brazos de Tata o babeando con sus dos hijos, Juan Pablo y Manuela, no oculta, sin embargo, su ley. Abundan las historias sobre el final amargo de algunas de sus amantes, aspirantes a concursos de belleza o estrellas de televisión de poca monta, algunas de las cuales osaron plantearle la pregunta del millón: "¿Tata o yo". Pablo contestó a bocajarro a una amante llamada Sofía: "Tata, porque tú me conoces desde hace dos días, pero [ella] ha estado a mi lado en lo bueno y en lo malo". Otra, llamada Wendy Chavarriaga, corrió peor suerte. "Se quedó embarazada de Pablo, pese a que él le había dicho que tomara precauciones. Pero ella no lo hizo porque era una calculadora que quería una parte del botín. Cuando estaba encinta, Pablo le mandó a cuatro de sus hombres con un médico y éste le arrancó el niño. Lo sé porque después tuve que ejecutarla", cuenta Popeye a Mollison.
Así que el 'verraco' de Escobar daba salida a su exceso de testosterona, pero reservaba para Tata la sorpresa de un montón de rosas amarillas, capaces de ablandar a la mujer más fiera, la esposa al tanto de las infidelidades del marido. "Pero lo suyo fue una eterna historia de amor, una historia hermosísima. Uno de los líderes de esta terrible organización criminal tenía también un extraordinario lado humano", añade Popeye, panegírico.
Entre uno y otro ataque de mamitis, que cada 15 o 20 días le hacía enviar un coche en busca de doña Hermilda, Pablo se abría camino en el infierno. Su devoción por la familia no le impedía reservar para quienes le traicionaban el peor de los crímenes: la tortura y la mutilación de sus hijos pequeños, bebés algunos, delante de los horrorizados padres. O bien, al contrario, ordenaba a los hijos que asestasen el tiro de gracia a sus progenitores, previamente torturados por sus secuaces. Al hijo pequeño nueve o diez años de edad de uno de sus enemigos, le puso él mismo la pistola en la mano porque el hombre tardaba en morir. En otra ocasión, tras invitar a un guardaespaldas caído en desgracia a visitarle acompañado por su mujer y sus hijos, el mismo Escobar comenzó a matar, uno a uno, a los niños: un bebé de meses y dos chavales. Luego disparó a la mujer. El guardaespaldas fue el último.
La hora final. El canto del cisne de su carrera se inicia con la guerra entre los carteles de Medellín y Cali. Un bombazo en el edificio Mónaco causó graves secuelas auditivas a su hija. Sus intentos de aniquilar al general Miguel Maza, el sabueso en jefe de la DAS (la policía secreta), provocaron más devastación: en el atentado contra la sede de la DAS hubo 89 muertos. La ciudad seguía pulverizando récords: el año 1991, 7.081 personas fueron asesinadas.
Es la etapa del coche bomba, del autobús cargado de explosivos que se lleva todo por delante. "Sus amigos pronto comprendieron el papel que las bombas iban a desempeñar en su declive. Había caído en la trampa del terrorismo", cuenta El Profe. El 27 de noviembre de 1989, una bomba mata a 107 pasajeros del vuelo HK1803 de Avianca, en el que Escobar creía que viajaba el candidato presidencial César Gaviria.
Tras la victoria de éste en las elecciones de 1990, Escobar se confiesa al sacerdote Rafael García. No parece haber salida, pues el nuevo presidente es un cruzado de la extradición. Durante un año, su equipo de abogados negocia las condiciones de su entrega con el ministro de Justicia. "Escobar ofreció al Gobierno su propia granja, La Catedral, para que instalaran allí la prisión donde quedaría recluido [en cursiva en el original]. El Gobierno aceptó que confesase los crímenes que quisiera, y él asumió que había colaborado en la exportación de 20 kilos de cocaína, pero de manera indirecta". El Gobierno le consideraba implicado en casos más importantes, como los asesinatos de Luis Carlos Galán y Guillermo Cano, pero asintió no tenía más opciones, y el 19 de junio de 1991, Pablo Escobar Gaviria entregaba su pistola Sig Sauer al procurador Carlos Arrieta: "Es un símbolo de mi deseo de someterme a la justicia", dijo, como en un guión de cartón piedra.
Enseguida se convirtió en un recluso de oro, rodeado de una guardia pretoriana fiel y con todas las comodidades que un preso o un hombre libre pudiera desear: piscina, discoteca, champán francés, restaurante abierto las 24 horas del día, muñecas hinchables y un manoseado catálogo de chicas ligeras de ropa; él encargaba directamente sardinas, chicas de 15 o 16 años, o shows lésbicos con vibradores. También había campo de fútbol, al que acudían a jugar los tres equipos de Medellín. Pablo, más protegido que encerrado, reconstruía mientras su imperio y seguía masacrando enemigos y repartía generosos sobornos entre los policías que se encargaban de la seguridad exterior de la finca.
A través de una carta anónima, el Gobierno tiene conocimiento de los privilegios que disfrutan los 12 internos y de que la maquinaria criminal del clan Escobar sigue en marcha. Pablo planea la fuga para evitar ser trasladado a una prisión de máxima seguridad. En julio de 1992, el pájaro deja el nido, pese al destacamento de 400 policías en torno a La Catedral. Pero como el ratón ante el gato, nada más escapar reanuda su contacto con la Administración para negociar otra rendición. Esta vez recibe una respuesta negativa. "No, no, no. Nada de pactos esta vez. Vamos a matarlo", se oyó decir en el despacho presidencial, según el libro de Mollison.
Pablo Escobar está solo, oculto en algún lugar de Medellín. Vetustos sistemas de telecomunicaciones zapatófonos de varios quintales de peso, tipo maletín permiten al capo mantenerse en contacto con su familia, y, gracias a un cruce de líneas, Escobar ofrece flanco. Hugo Martínez, responsable del Bloque de Búsqueda unidad de élite creada en 1989 para capturarle, ha vivido a diario durante tres años el suplicio de Tántalo: cuando parece estar a punto de alcanzarle, el prófugo se esfuma y él se queda con la miel en los labios. Pero, tras más de 14.000 intentos frustrados, y por culpa de unas llamadas telefónicas a su familia, Escobar se coloca él solo en el disparadero.
Comienza el mes de diciembre de 1993. Pablo Escobar, por el que la justicia colombiana ofrece una recompensa de 1.000 millones de pesos (millón y medio de dólares de la época), está inquieto por la extradición de ida y vuelta de su familia, que vuela a Alemania en busca de asilo político, pero es devuelta en el acto a Colombia. ¿Trampa ¿Un señuelo para hacerle salir de la madriguera El día 1 de diciembre celebra su 44º cumpleaños en la soledad de su escondite. Esa tarde habla con su mujer por teléfono durante un buen rato, más de los dos minutos a que se ciñe siempre para evitar que la llamada sea localizada. Lo hace en marcha, a bordo de un taxi, para que los sistemas de detección del Bloque no puedan triangular la señal. Al día siguiente, 2 de diciembre, vuelve a llamar a su familia varias veces, pero en esta ocasión no desde el taxi, sino desde su escondrijo, que los policías sitúan en un vulgar edificio de dos pisos de un barrio de clase media de Medellín. La última llamada, a las 14.56, le entretiene hablando con su hijo. Fuerzas especiales de la policía rodean el inmueble, en Carrera, 79-A.
Las contradicciones aún persisten sobre las circunstancias de su muerte, pero lo único cierto es el tiro categórico, mortal de necesidad, que le atraviesa el cráneo de oreja a oreja. Al verse rodeado, Pablo intenta escapar por el patio, pero cae abatido sobre el tejado, con tres impactos de bala en su cuerpo: uno en la pierna, otro en el hombro y otro más, el definitivo, con orificio de entrada y salida frontolateral en la cabeza. Su cadáver, exangüe, con barba a lo Che, es sometido a autopsia, a la que asisten su hermana Luz María y la viuda de su lugarteniente Limón, que cayó con él en el asalto. Su presencia en la mesa de autopsias no basta para que las interpretaciones sobre la muerte proliferen; Luz lanza la hipótesis del suicidio. La leyenda empieza un segundo después de que el suceso sea hecho público con esta declaración del policía Hugo Aguilar: "Larga vida a Colombia, Pablo Escobar ha muerto".
LA RESACA. Tras un entierro multitudinario, que dio aún más pábulo a las distintas versiones sobre su muerte, el imperio Escobar se fue a pique: sus posesiones fueron pasto de cazatesoros convencidos de que bajo los baldosines había millones. La Hacienda Nápoles, otrora "paraíso exótico y sorprendente de los animales", según Popeye, fue rápidamente engullida por la selva y abandonada por sus moradores, salvo la manada de 16 hipopótamos que pronto se adueñó del lugar y protagonizó un intento de fuga río arriba que hizo las delicias de la prensa. El mataniños, el monstruo responsable de más de 10.000 asesinatos, dejaba vía libre a otros narcos puede que tan sanguinarios como él, pero también más taimados. Y a la guerrilla, los paramilitares, la guerra aún más sucia
Pero no todo era ruina. Su leyenda engordaba en los suburbios de Medellín y su imagen alimentaba interpretaciones artísticas, trasuntos del imaginario popular que le mostraban como un Corazón de Jesús con túnica de camuflaje y granada en el pecho, o como uno de los héroes del siglo XX, junto a Lady Di y Gardel.
En octubre de 2006 murió su madre, y los restos del capo fueron exhumados para hacer sitio al cadáver. En el cráneo de Pablo aún resultaba visible el orificio de la bala del Colt
R-15; su barba se conservaba intacta. Y como corresponde a alguien tan explosivo como Escobar, tras la exhumación estalló una nueva bomba, retardada: la hostilidad entre distintas partes de la familia. "Su hijo Juan Pablo acusó a unos tíos de haber arrancado tres dientes a su padre para venderlos al mejor postor. Otro de sus hermanos negoció la venta a la televisión de una cinta que registraba la exhumación; otro familiar, en fin, habría andado en tratos con un productor de Hollywood para vender la historia", se lee en el libro. Morbo para programas rosas, quién sabe si ésa era la resurrección que esperaban los Flores. O, al contrario, la puntilla definitiva a una muerte anunciada. El final de quien, parafraseando el título de las memorias de García Márquez, tuvo que morir para contarlo.
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